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‘La Noche de las Tríbadas’, o un tratado sobre la intensidad

diciembre 15, 2016

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Nuevo montaje de Miguel del Arco; y, como siempre ocurre con él, máxima expectación. Esta vez ha escogido una versión bastante libre de La Noche de las Tríbadas, el texto del autor sueco Per Olov Enquist (1934-), que toma como figura central al polémico August Strindberg para narrar una historia de personas reales pero convertida en ficción que navega en las profundidades más íntimas y miserables de los seres humanos, a partir de unos personajes extremos que encuentran su propia vida como principal obstáculo para llevar adelante el ensayo de una función de teatro.

Copenague, 1889. En horas bajas y ahogado por las deudas, el autor August Strindberg decide intentar reabrir un teatro con uno de sus últimos textos, La Más Fuerte. Como estrella principal cuenta con Siri Von Essen, su ex esposa, la madre de sus hijos de la que se está divorciando; y una actriz -aparentemente no muy capacitada para el teatro, o eso dice Strindberg- que ha puesto en segundo plano su carrera en favor de un matrimonio que no le ha traído más que disgustos, frustración y reproches dada la obsesión de su marido por plasmar sus intimidades en algunas de sus obras anteriores. Por si esto fuera poco, completa el reparto Marie, la actual amante de Siri, con la que está rehaciendo su vida ante el estupor de de Strindberg: se trata de una mujer decidida, activista y deslenguada sumida en problemas de alcohol, que busca que Siri encuentre otra oportunidad en el amor con ella. La llegada de un director fascinado por la presencia del maestro Strindberg es el punto de arranque de un ensayo para la obra que debe representarse la noche siguiente… Ensayo que por supuesto nunca llegará a arrancar del todo, porque surge entre los personajes -sobre todo entre el polémico triángulo- toda una fuerte cantidad de reproches y ataques que sacarán a la vez lo mejor y lo peor de cada uno de ellos; seres polémicos y extremos, que chocan como icebergs que se derriten unos contra otros y se atacan sin compasión, tal vez para protegerse de sus propias miseras. La misoginia más o menos encubierta de Strindberg -acentuada además por su penosa situación económica y el rencor acumulado hacia Siri- se suma a los reproches a su mujer y su nueva amante -ante una situación que el escritor no sabe cómo comprender ni como encajar-; de la misma manera que Maríe, la amante, ejerce de alguna manera de muro defensor de una Siri incapaz de asumir su fracaso como actriz. En este ambiente, la función que se ensaya -que Strinderg quiere teñir de nuevas formas, pero que aparece condenada al fracaso- se convierte casi en una excusa para que los cuatro personajes vomiten sus frustraciones en una guerra sin cuartel, en la que más que salvar el estreno -recordemos que, pese al fracaso del momento de su estreno, La Más Fuerte, la pieza que se ensaya, se ha convertido en uno de los monólogos más destacables de la historia- deberán de salvarse a sí mismos.

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La pieza de Enquist es toda una caída al vacío, un drama de personajes descarnado e implacable; que no da respiro ni al espectador ni a los actores. Miguel del Arco, sin embargo, aunque no esconde ni un ápice d toda la violencia explicita e implícita en el texto, ha teñido su lectura de la obra con ráfagas una ironía ácida que podrá resultar un punto cómica para muchos -un tipo de humor muy particular- que, de alguna manera, humanizan a los personajes y relajan una tensión salvaje que es una constante en la obra y en el texto mismo. Creo que estas ráfagas son un acierto; porque la obra ya es lo suficientemente violenta de por sí como para que el espectador necesite esos instantes de respiro -¡vaya que si se necesitan!-; y porque subrayar la humanidad y los motivos de los personajes -unos personajes que a primera vista podrían parecer hasta desquiciados por lo extremos que resultan- ayuda de forma decisiva a entender toda la humanidad de su conflicto. Se sirve Del Arco de una sugestiva escenografía de Alessio Meloni -muy bien iluminada por Pau Fullana-; pero no duda en emplear toda la sala haciendo que los actores campen a sus anchas por el teatro mientras se lanzan todo ese festival de reproches, en una solución ingeniosa y acorde con el espíritu de la obra -no olvidemos que la función al fin y al cabo transcurre durante un ensayo en un teatro cerrado por el que los personajes campan a sus anchas, en el que los espectadores no somos más que meros voyeurs de su intimidad…-. Esta idea de la integración pone además la violencia de la función a un palmo del espectador, haciendo que el resultado crezca en intensidad. Y es que de hecho intensidad es la palabra que mejor describe esta función, que obliga a los actores a un ejercicio de intensidad verdaderamente extenuante. Seguramente todo el uso de la platea -muy amplio a lo largo de la representación- haga que algunas cosas de este montaje tengan que replantearse de cara a una posible gira; pero no hay se puede negar que es un recurso con un significado dramatúrgico claro y justificado. Bien el vestuario de Alessio Meloni con ambientación de María Calderón y estupendo el trabajo de peluquería de Sara Álvarez.

Tal grado de intensidad es un regalo y fascina de partida -sobre todo cuando transcurre en esa cercanía-; pero a la vez puede resultar un arma de doble filo. En ese sentido, a este montaje -de actuaciones sobresalientes y estética impecable- apenas se le pueden reprochar un par de cosas, no obstante reseñables. Por un lado, creo que el texto -extenso y reiterativo: en muchas ocasiones los personajes vuelven una y otra vez sobre las mismas cuestiones- es susceptible de recortarse, y que eliminando todas estas repeticiones el resultado aún se podría redondear, máxime cuando todo transcurre a ese nivel de intensidad. Por otro lado, hay una sobrecarga tal de exabruptos en el texto -aquí no tengo claro si se trata del texto, de la versión o de la suma de ambos; pero desde luego la escena inicial de Siri parece toda una declaración de intenciones del tono de la versión…- que por momentos acaba resultando algo excesiva y hasta cargante: de acuerdo en que los personajes están a un nivel de tensión muy alto, pero tengo la sensación de que tanto exceso acaba saturando por momentos. Creo que reducir ambos aspectos ayudaría a redondear un espectáculo que es, no obstante, muy interesante en fondo y formas.

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Los cuatro actores se enfrentan a una función agotadora, tanto por su larga duración como por su contante intensidad -que les obliga a un viaje emocional importante…- y su exposición en el tú a tú con el público en todas las escenas -insisto, muchas- que tienen lugar en la platea. Hay muchas más virtudes en la representación, pero el ya sólo el hecho de ver este nivel de entrega en un reparto justificaría el visionado de la representación. Todos están bien; pero he de reconocer que me fascinaron, cada una a su estilo, Manuela Paso (Siri) y Miriam Montilla (Marie). No es una ninguna sorpresa ver otro trabajo extraordinario de Paso -que es un puntal básico en La Función Por Hacer y brilló por méritos propios en Antígona-, pero creo que aquí tiene el más complejo de los cuatro roles: porque Siri -atacada y fracasada a partes iguales- transita por toda una diversidad de lugares que hacen que la actriz se tenga que enfrentar a una montaña rusa emocional que se encuentra en pocos personajes. Paso lo hace todo bien -hay ira, frustración y dolor a partes iguales, todo bien medido-; pero seguramente lo más fascinante sea el equilibrio entre la verdad que transmiten sus enfrentamientos con Strindberg y la pérdida de toda esa intensidad cuando recita los fragmentos de La Más Fuerte, dejando clara incapacidad de Siri para actuar: si siempre es difícil para un actor o una actriz fingir que actúa mal, cuánto más ha de serlo sin buscar ni despertar la hilaridad -como es el caso-; y más aún cuando la cara más humana de Siri nos ha revelado en Paso a la actriz estupenda que es; todo en ella es de raza, pero este difícil tránsito está especialmente bien descrito. Montilla, por su parte, encuentra en Marie el que posiblemente sea su mejor papel desde que trabaja con Kamikaze: es el personaje más dulce y conciliador; pero a la vez se ahoga sin remedio en un pozo de cerveza que hace que saque lo peor de sí misma. Esa violencia aparece sin embargo expresada desde un lugar muy particular, que revela probablemente al alma más noble de las cuatro que hay en ese teatro, sin renunciar por ello a tener carácter: obtener este equilibrio entre dulzura, carácter y decisión es sin duda una de las claves de su formidable trabajo. Otro valor fundamental de su trabajo: escucha y acusa lo que escucha maravillosamente.

Entre los dos hombres, el Strindberg de Jesús Noguero tiene que afrontar el personaje más extremo de los cuatro, desde una violencia casi de psicópata que muestra sin embargo una gran necesidad de ser comprendido y escuchado: el trabajo de Noguero es notable -y hay que aplaudirle haberse entregado de esa forma- pero tengo la sensación de que toda esa brutal violencia que transmite estaría en su punto justo un escaloncito por debajo, relajando algunos pasajes; con todo, no cualquier actor sería capaz de salir a bien de un personaje que se mueve en estos niveles de brutal violencia física y verbal, y Noguero lo logra. Bravo por ello. Finalmente, Daniel Pérez Prada tiene el personaje menos agradecido del cuarteto -porque es el único que no está directamente implicado en el conflicto del trío-; pero sabe encontrar bien su lugar en el conjunto, y no se deja amilanar por las tres bestias pardas que tiene como compañeros: dadas las características de la función, no es poco elogio.

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Se puede decir que La Noche de las Tríbadas es una función exigente tanto para los actores como para el público mismo -uno termina extenuado ante tal descarga violencia constante-, que puede verse como un tratado de intensidad teatral, y que aquí está servido en una puesta con ingenio por unos actores verdaderamente excepcionales. Puede que recortar el texto -que cae en repeticiones con excesiva frecuencia- y suavizar algunos pasajes ayudase a redondear aún más un espectáculo que es sinceramente notable; y que cuenta con algunas de las mejores interpretaciones que se puedan ver ahora mismo en un escenario.

H. A.

Nota: 4/5

La Noche de las Tríbadas”, de Pier Olov Enquist. Con: Jesús Noguero, Manuela Paso, Miriam Montilla y Daniel Pérez Prada. Versión y dirección: Miguel del Arco. KAMIKAZE PRODUCCIONES

El Pavón Teatro Kamikaze, 7 de Diciembre de 2016

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