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‘El Plan’, o tres hombres que siempre saludaban

octubre 13, 2016

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Después de una temporada en La Pensión de las Pulgas -que le valió el Premio Godoff a la Mejor Obra de Teatro 2015-, el Teatro Kamikaze recupera para su sala grande El Plan, un texto de Ignasi Vidal -reconocido actor e intérprete de musicales en España, pero del que no conocía su faceta como escritor- que es una bofetada de realismo puro en forma de aparente comedia envenenada con sorpresa final. Una historia cercana, con personajes reconocibles y de hoy que afrontan problemas que bien podrían ser los nuestros o los de los nuestros; y una comedia que se ríe de forma gozosa aún sin perder nunca de vista que todo va a acabar estallando por algún lado… sin que podamos sospechar ni remotamente por dónde. Una comedia dramática con las letras grandes. Además, cosas curiosas que ocurren a veces: aquí tenemos el texto de un Javert -Ignasi Vidal- en el teatro que regenta el otro Javert -Miguel del Arco-. Un texto, además, que bien podría titularse Los Miserables, aunque por motivos bien diferentes.

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Paco y Ramón -dos amigos en paro que se conocen desde hace quince años- esperan la llegada de Andrade -el tercer lado del triángulo, tan perdedor y parado como los dos anteriores- para llevar a cabo un misterioso plan que han preparado al milímetro. La tardanza de Andrade saca de sus casillas a Paco: como tarde mucho más, ese plan tan importante se irá al traste… y Andrade siempre acostumbra a estropearlo todo. En lo que ambos amigos esperan, descubrimos que Paco es un parado dispuesto a trabajar en lo que sea, y que Ramón tiene una vida más o menos ordenada de hombre casado y con hijos, y la tranquilidad como para ampararse en la psicología para explicarlo todo: el hombre tranquilo. Cuando finalmente llega Andrade -más de media hora tarde- le vemos la cara al típico graciosete con una mano delante y la otra detrás que mira a cualquiera por encima del hombro… En fin, tenemos en escena a tres amigos, tres perdedores, tres miserables; tres pobres hombres comunes. Volvemos entonces a saber de la importancia del plan -¿pero cuál es el plan?- aunque tal vez estos tres pobres diablos sólo estén reunidos en esa casa porque no tienen nada mejor que hacer, puesto que no tienen dónde caerse muertos… Paco opta por salir hacia el plan antes de que lleguen más tarde; pero un imprevisto -la avería de un coche- provoca que los tres amigos tengan que permanecer a la espera en la casa de Paco… Entre porros, cervezas y palmaditas en la espalda de machitos prototípicos, en este tiempo, aflorarán las miserias de tres amigos de toda la vida: tres seres vulgares, tan normales y tan intrascendentes que podrían ser cualquier persona que conozcamos… Tres perdedores luchando por su dignidad que son capaces de confesarse los unos con los otros en un entorno de confianza que podría acabar, sin embargo, por sacar lo peor de cada uno; y en un viaje sin retorno hacia lo extraordinario de tres hombres comunes.

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Parece que no ocurre nada que no pueda pasar en una casa, pero los personajes van vomitando todas sus frustraciones, su basura y sus lugares más íntimos mientras se ponen a prueba cuando deben de medirse ante sus amigos. Asistimos a este encuentro casi costumbrista como una comedia en la que nos reímos de lo cotidiano de lo que presenciamos… pero algo nos hace temernos lo peor: ¿por qué nos están contando esta historia? ¿a dónde vamos a llegar? ¿qué tan terrible es la punta de este iceberg? Y, efectivamente: la punta del iceberg llega y nos hiela la sangre, entrecortándonos la carcajada; porque para entonces ya estamos como en familia con esos personajes, y eso provoca que la hostia final -imprevisible, pero perfectamente coherente y anunciada en cuanto revisamos todo lo que se nos ha contado- sea mucho más dolorosa: de pronto ya no nos reímos, de pronto se hace el silencio, y de pronto pensamos -como dice uno de los personajes al final- que quizás no habría estado de más un poco de suerte… Esto no es una -otra- obra sobre el estallido de la burbuja de la crisis, ni mucho menos; Vidal nos relaja en algo que es una falsa comedia ácida para llevarnos hacia un final que enseguida nos enseña conclusiones mucho más profundas, mucho más dolorosas. Un teatro de personajes, de personas, de lo cotidiano: una comedia dramática en toda la extensión del término -creo que no veía una de este calado desde Germanes, de Carol López- que nos hace salir del teatro modificados.

El texto de Ignasi Vidal es un cúmulo de virtudes de esos que rara vez se encuentran, y por eso nos enganchamos sin remedio. No sabría ni por dónde empezar. Por un lado, plasma como digo a tres seres de la calle que no parecen personajes de ficción: podrán pensar que no les conocen cuando entran al teatro; pero lo cierto es que ustedes ven a diario a Ramón, Paco y Andrade en el bar de al lado de su casa, en su ascensor o en el metro. Ustedes se han ido de cañas con ellos, y enseguida les van a poner caras de personas que conocen. Son seres comunes en los que nadie repararía, precisamente porque estamos hartos de ver. Esas personas que ‘siempre saludaban’, de las que sólo conocemos una cara pero que podrían esconder vaya usted a saber cuánta miseria. Es como si el autor se hubiese limitado a plasmar en papel diálogos que ha escuchado en una cafetería: no ha hecho falta parodiar nada, agrandar nada ni deformar nada, porque estos personajes están por la calle de cualquier rincón. Esta característica cumple una doble función: que la carcajada y la identificación hacia lo que vemos sean sinceras e inmediatas; pero también que el desenlace nos resulte mucho más impactante y doloroso. Vidal ha construido a estos personajes mediante diálogos ágiles, que suenan absolutamente naturales; y que nos resultan cómicos no sólo por lo naturales, sino especialmente por lo ácidos y corrosivos que pueden llegar a resultar: entre los tres amigos vuelan los puñales, y los dobles sentidos están a la orden del día. Pero, sobre todo, lo que sorprende de la función que ha escrito Ignasi Vidal es su perfección formal, de esas que rara vez se ven: parece, como digo, que no ocurre nada importante; pero todo avanza imparable hacia el final… y cuando asistimos perplejos y sobrecogidos a ese final, nos damos cuenta de que nada de lo que Vidal nos ha contado ha sido casual, que todo está ahí por algo y que nos ha ido dejando pistas de lo que iba a pasar sin que nosotros fuésemos capaces de verlas. En esta historia no hay ni un solo cabo suelto, -lo comprobamos cuando repensamos la función de camino a casa, porque es una función para repensar…- y todo está perfectamente colocado para llevarnos justo hacia donde quiere Ignasi Vidal: rara vez se encuentra uno con textos tan redondos; y esa es otra de las cosas que demuestra que esto es mucho más que una simpática comedia.

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El propio autor dirige la función, y cuenta para ello con la complicidad de tres actores en estado de gracia, en ese registro tan difícil de lo cotidiano, en el que tiene que parecer que sencillamente no actúan, que son. Y esa es otra de las claves de la función. Aflora claramente la frustración acumulada del Paco de Javier Navares, un buen tipo al que le llueven las hostias por todos los lados sin que pueda evitarlo: un loser de tomo y lomo que traga y traga, pero que podría estallar en cualquier momento… En el Ramón de Chema del Barco aflora la magia de lo sencillo: es la horma del zapato de Paco; es un hombre que aparentemente mira al fracaso con una sonrisa y se permite aconsejar al resto a pesar de que le va igual de mal que a ellos… y es un papel lleno de aristas que permite que del Barco construya un personaje con el que nos iríamos de cañas con gusto y que le comprendamos a pesar de todo, y ahí va gran parte del dolor que genera esta función… En fin, Manuel Baqueiro -que se acaba de incorporar a la función en sustitución de un compañero- hace de Andrade, primero, un gallego de manual con todas las de la ley -y se lo dice un firmante gallego-: la suya no es una parodia del gallego; es un personaje que -si no hubiese visto a Baqueiro en otros roles- nadie podría dudar de que le hubiesen sacado; por ejemplo, del barrio coruñés de Monte Alto: yo he visto a muchos Andrades en mi vida diaria, y conozco a muchos que están camino de convertirse en Andrades… y esto vale tanto para la escritura del personaje como para la impecable composición del actor de este jicho galaico con todas las de la ley. Creo además que Anddrade se ha reconvertido en gallego para esta reposición -antes era andaluz-, y sinceramente ya no puedo imaginarlo de otra forma que no sea gallego, por obra y gracia de Baqueiro. Ignasi Vidal -que ha dejado todo el peso de la función sobre los hombros de sus actores, porque sabe que no se necesita más- demuestra haber trabajado a conciencia con ellos, y el equilibrio entre los tres es clave para hacer de esta función la gran velada de teatro que es: la escenografía queda reducida a lo estrictamente necesario, porque esto es teatro de texto y de actores.

Hay que calificar pues El Plan como una de esas agradables sorpresas que suceden en teatro de tanto en tanto: por la idea, por la ejecución, por darle sentido a ese término que es ‘comedia dramática’ y por la calidad de uno de esos textos redondos que le dejan a uno con ganas de saber más cosas de la escritura de Vidal. De momento, yo de ustedes no me la perdería porque es un cocktail emocional de esos que no defraudan y no dejan indiferentes. Buen teatro.

H. A.

Nota: 4.5 / 5

El Plan”, de Ignasi Vidal. Con: Javier Navares, Chema del Barco y Manuel Baqueiro. Dirección: Ignasi Vidal. UROBORO PRODUCCIONES

El Pavón Teatro Kamikaze, 7 de Octubre de 2016 (22.00 horas)

7 comentarios leave one →
  1. octubre 24, 2016 13:54

    E a ver se cadro con algunha muller que a vira para comentar con ela o final. É que me pareceu un final moi ousado, polo valente e cotián. Escribir máis sería desvelar. Cachis!

    • octubre 24, 2016 14:49

      É un final polémico, sen dúbida. Como dis, arriscado pero penso que coherente e valente. No encontro co público (ao que fun un par de días despois de ver a función) un home acusou ao autor de tentar «manipular al público con un final truculento que te sacas de la chistera». Estaba tamén unha boa amiga miña que ve moitísimo teatro (e que ten algo de criterio) que me dixo que lle parecera unha obra «asquerosamente machista». A min, sen embargo, paréceme que a maneira na que plasma a eses personaxes (quizáis algo machistas, sí; pero porque os prototipos que interpretan o son…) tan cotiá é unha das claves da obra. Por non falar do final, que me pareceu coherente, inesperado e sobrecolledor. Ti sentícheste ofendido co final? (Uy que carallo non poder falar disto con máis claridade para non contar nada… haha). Aperta forte! Grazas!

      • noviembre 2, 2016 13:20

        Ofendido!? Non. Sobrecollido, conmovido, si. Paréceme un final excelente por polémico e ben feito. E por amoral, no sentido de que non che di que tes que pensar. E dá que pensar, e dá que falar. En fin, sigo devezendo por topar unha espectadora para falalo.

      • noviembre 5, 2016 18:23

        Estamos na mesma liña, absolutamente. Para min é un final brillante, pola contundencia; porque nunca o tivera esperado, e sobre todo porque NON XULGA A NINGUÉN nin se apoia en ningún xiro inesperado no enfoque das personaxes; simplemente limítase a amosar os feitos. Pero esa amoralidade da que falas ofendeu a parte dos espectadores. Conste que eu sempre digo que prefiro que no teatro me molesten, me removan e mesmo que me ofendan antes que non sentir NADA… E penso que esta historia non deixa indiferente a ninguén.
        En fin, para min unha gratísima sorpresa de espectáculo; pero o debate queda na mesa.
        Unha aperta grande!
        H.

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