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‘La Comedia de los Enredos’, o un Shakespeare para todos los públicos

octubre 11, 2016

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¿Cuántas veces ocurre que un público amplio que incluye desde niños de diez años hasta señoras con abrigo de pieles se pueda reír por igual con una comedia de William Shakespeare? Esa es seguramente una de las claves de la presente versión de La Comedia de los Enredos que dirige Alberto Castrillo-Ferrer y firma Carlota Pérez Reverte: han escogido una farsa shakesperiana y la ofrecen en un código que potencia un humor muy básico -por momentos hasta se podría decir que primario-; pero un tipo de humor que funciona como un tiro con un amplísimo sector del público. Un espectáculo sencillo y honesto, que acerca la obra del más importante dramaturgo de todos los tiempos a una amplia masa de espectadores sin otra pretensión que esa y sabiendo justamente dónde están: esta circunstancia me parece primordial como punto de partida a la hora de valorar el espectáculo.

Carlota Pérez-Reverte -que el año pasado nos sorprendiera a todos con su obra Perdona si te Mato, Amor– firma una versión que sirve a la idea del montaje: va al grano y se han incorporado los personajes de dos magistrados que actúan como excusa para comprender el enredo de las dos parejas de gemelos que confunden sus identidades -recordemos que Shakespeare tomó como base para esta obra Los Gemelos de Plauto, haciendo que esta vez haya una pareja de amos separados al nacer y otra de gemelos- y para agilizar los indispensables prolegómenos de la trama; y resuelve el enredo en una hora y media clavada. En la versión de Pérez-Reverte -como digo, intuyo que por una cuestión pactada con el enfoque de dirección- abundan morcillas y chascarrillos varios; y de alguna manera el lenguaje shakesperiano queda en segundo plano en favor del tipo de comedia que se está defendiendo. Hay también sin embargo planteamientos que recuerdan al entremés, potenciando la vertiente más cómica y farsesca de una obra que seguramente tenga más donde rascar –recuérdese una versión muy diferente a esta a nivel de enfoque que se presentó el año pasado: si ya es raro encontrar dos versiones de la misma obra en tan poco tiempo; más raro es aún ver dos acercamientos tan diferentes-. Dicho esto, hay que señalar también que la comedia funciona con el público como un tiro, que gran parte del respetable ríe cada gracieta con gusto y que se puede disfrutar de esta versión entre el divertimento y la astracanada si como público se entra en el juego. Ahora bien, creo que la acumulación de morcillas le hace perder a la versión una parte del encanto que podría tener con este enfoque: no por meter diez morcillas por minuto la comedia funciona mejor; sino todo lo contrario: aún asumiendo el tipo de comedia, creo que condensar un poco los gags jugaría a favor del resultado final. Evidentemente la versión y la propuesta van más enfocadas a servir a la comedia que a ser fieles a Shakespeare; pero insisto en que la clave de todo es que asumamos a lo que nos estamos enfrentando: aquí se potencia la comedia por encima de cualquier otra cosa; esa es la opción del montaje -que se comparta más o menos ya es cuestión de d cada uno, y en cualquier caso hay que reconocer que funciona con una amplia masa del público-, y en consecuencia ese es el tono de la versión. No quisiera cerrar este párrafo sin resaltar -y es un piropo, claro-, que Carlota Pérez-Reverte me ha interesado más como dramaturga que como adaptadora, y sigo esperando nuevas muestras de creación propia.

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La versión que dirige Alberto Castrillo-Ferrer se basa en una sencilla escenografía de Anna Tussell -velas, mástiles y elementos móviles de madera- para dirigir una función que tiene guiños a distintos tipos de comedia: desde la Commedia dell’Arte hasta el entremés, los juegos de sombras chinescas o directamente la astracanada, por la que se apuesta en muchos momentos, para delirio de una parte del respetable. Ha optado Castrillo-Ferrer por potenciar los equívocos mediante un reparto de ocho actores que doblan y triplican roles: hay algo en esta propuesta de metateatro y de artesanía con pocos medios en la propuesta, que termina por potenciar la comedia a base de las cosas que faltan -piensen, por ejemplo, en la trama de los artesanos de Sueño de una Noche de Verano y entenderán el lugar justo desde el que está enfocada esta versión-, siempre remarcando los códigos conscientes en los que nos estamos moviendo. Además, impregnar la propuesta de música italiana es una idea inteligente, teniendo en cuenta que esta comedia en concreto tiene mucho de mediterránea. Sin embargo, puestos a simplificar actores y viendo el buen resultado que da a nivel cómico esta simplificación, no termino de entender por qué se opta por narrar con dos Antífolos -dos actores- pero solamente un Dronio -un único actor dando vida a ambos gemelos-: creo que lo suyo hubiese sido o doblar ambas parejas o tirarse a la piscina y hacer la carambola de que tan solo dos actores interpretasen a los cuatro personajes: asumiendo los códigos en los que se mueve la propuesta, yo hubiese optado por esta última opción para terminar de cuadrar todo como la locura absoluta que es y se pretende. Le señalo al montaje algo que ya he dicho más arriba de la versión: algún instante de respiro en medio de este frenesí en el que todo está siempre arriba se agradecería.

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Los ocho actores -todos ellos habituales de la factoría de Castrillo-Ferrer- se entregan a fondo para sacar adelante la función; y créanme que defender este alocado código con convicción no debe de ser fácil. Todos -son Rafa Blanca, J.J. Sánchez, Julián Ortega, Silvia de Pé, Antonia Paso, Javier Ortiz, Irene Aguilar y Angelo Crotti– responden en mayor o menor medida a los requerimientos del montaje, y se nota que están disfrutando de un trabajo frenético en equipo en el que unos se apoyan en otros como requerimiento indispensable, jugando muy bien sus cartas; aún cuando tal vez sean Antonia Paso y Silvia de Pé las que mayores oportunidades de lucimiento personal encuentren para brillar por el particular código -puede que más serio- desde el que colocan los gags; así como Ortiz por unas escenas travestido de novicia que alcanzan muy feliz resultado cómico. Angelo  Crotti por su parte no esconde alguna dificultad comprensible y notoria con el idioma, pero ofrece a cambio un conocimiento profundo de los códigos de la Commedia dell’Arte; y siento que el Dronio encuentra más momentos de brillantez que los dos Antífolos, mientras que Irene Aguilar se integra en el espectáculo en un rol que permite menor lucimiento.

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Hay que terminar esta reseña tal y como la empecé: esta función, casi una gamberrada, es honesta porque sabe precisamente lo que está haciendo, sabe que tiene un público y tiene la virtud de ofrecer un Shakespeare para las masas. Como tal hay que encajarla y como tal se disfruta. Se habrán hecho, claro acercamientos más shakesperianos a esta obra, e incluso más fieles a Shakespeare; pero no es lo que aquí se pretende. La sala se lo pasa pipa, y creo que esta función podría tener larga vida si encuentra el lugar justo en el que se debe programar -podría tener vida en Gran Vía, y ya no digamos en una campaña con institutos-: no será tal vez esta una versión para shakesperianos de pro; pero sí es, sin embargo, una atractiva opción para quienes busquen un rato de diversión a la vez que incorporan un título de William Shakespeare a su repertorio. Estas cosas es importante tenerlas claras -y creo que esta versión las tiene-; y valorar la intención y el esfuerzo por acercar a Shakespeare al gran público con la máxima honestidad también, cosa que también sucede aquí. Encajando esta función en las coordenadas correctas -y, en este sentido, las carcajadas constantes del público gozoso valen más que cualquier crítica- salen enseguida a relucir sus virtudes, que las tiene; perder de vista dichas coordenadas sencillamente no parece pertinente.

H. A.

Nota: 3/5

La Comedia de los Enredos”, versión libre de Carlota Pérez-Reverte sobre la obra de William Shakespeare. Con: Rafa Blanca, J.J. Sánchez, Julián Ortega, Silvia de Pé, Antonia Paso, Javier Ortiz, Irene Aguilar y Angelo Crotti. Dirección: Alberto Castrillo-Ferrer

Naves del Matadero del Teatro Español (Sala Max Aub), 5 de Octubre de 2016

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