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‘Rinoceronte’, o el rinoceronte somos todos

diciembre 29, 2014

Dos años y medio. Ese tiempo le ha llevado a Ernesto Caballero firmar un espectáculo propio al frente del Centro Dramático Nacional que fuese verdaderamente brillante. Pero se puede. Se pudo. Se podía. Después de propuestas más o menos fallidas –Doña Perfecta– o algo discutibles pese al interés –Montenegro-, el flamante director del CDN se redime con una brillantísima versión de Rinoceronte, la farsa absurda de Eugène Ionesco que llega ahora en una producción coherente, ingeniosa, original, grandiosa –pero no pretenciosa- y, en definitiva, llena de aliento teatral. Rinoceronte es una de esas propuestas que funcionan como un reloj, casi como por arte de magia: de esas producciones en las que todo está en su sitio y honran al teatro. De los mejores montajes que se han visto en teatro en Madrid en 2014. Y creo que este es el tipo de teatro –y el tipo de espectáculo- por el que el Centro Dramático Nacional debería de apostar siempre cuando de producciones propias se trata.

Una pequeña ciudad de provincias, tal vez un pueblito, la aparición de un rinoceronte en la plaza pública altera la vida cotidiana. Este episodio inicial se repite varias veces, de manera que van apareciendo más y más rinocerontes en la ciudad… enseguida se produce una histeria colectiva cuando alguien descubre qué sucede: los habitantes del pueblo se están convirtiendo inevitablemente en rinocerontes, y la epidemia es imparable. Berenger, sin embargo, un trabajador honrado con problemas de alcoholismo, ve la histeria de sus vecinos con indiferencia… hasta que la epidemia comienza a afectar también a sus amigos más cercanos: será entonces cuando deba mirar al problema de frente y decidir de qué lado está y qué camino debe tomar: ¿renovarse o resignarse? ¿Ha de ser por fuerza uno más de la masa o la excepción que confirme la regla?

Esta fábula de Ionesco sobre la instauración de los sistemas totalitarios –o sobre cómo una novedad, un cambio o una nueva tendencia pueden provocar una catarsis social colectiva incontrolable- a partir de una anécdota surrealista tiene más de 50 años –se estrenó en 1959-, pero sin embargo llega a España en un momento oportunísimo en el que creo que aquello de lo que habla se puede comprender en todo su significado, más que nunca. ¿Preferimos tener ‘identidad individual’ o ‘identidad colectiva’? ¿Nos dejamos arrastrar por la corriente de los tiempos? Y, sobre todo… ¿quién es el ‘raro’ en una sociedad en proceso de cambio: el que decide adaptarse a los tiempos o el que va contra esos tiempos? Todas estas cuestiones –y algunas otras- plantea el texto de Ionesco, una crítica densa y certera, que entra sin embargo muy bien a través de una sucesión de escenas cómicas que permiten que podamos mantener la mente reflexionando y cuestionarnos cosas a la vez que nos divertimos.

El montaje que presenta el CDN, como digo, roza la perfección y es –buen- teatro en estado puro. Ernesto Caballero trabaja sobre una mastodóntica escenografía en varias alturas de Paco Azorín –grandiosa, pero también útil, con soberbia iluminación de Valentín Álvarez y variado y vistoso vestuario de Ana López Cobos y hermosas máscaras de Asier Tartás- para crear un espectáculo frenético, que bebe del absurdo pero también de otras disciplinas; y que ha sabido integrar perfectamente la platea en la acción dramática –esto es ya muy frecuente en el teatro actual…-, pero con coherencia y sin que la decisión chirríe en ningún momento; es más, aporta cosas –esto ya no es tan frecuente, ya saben…-. Prácticamente todo el primer acto transcurre en la platea, en un golpe de teatro que aporta a la función un clima de cotidianeidad que hace que todo suceda con una naturalidad pasmosa y que el espectáculo arranque en todo lo alto: se genera una sensación de caos tan creíble que el público se engancha y es inevitablemente cómplice –imposible no girar la cabeza expectantes cada vez que un nuevo rinoceronte amenaza con irrumpir en la platea… y qué bien resuelta está la situación…-. Esta idea de inmersión total en este caso no solo no molesta; sino que además tiene un significado y un valor; y aporta cosas: somos uno de ellos, o tal vez cada uno de ellos pueda ser uno de nosotros: lo queramos o no -tal y como le ocurre al propio Berenger- el rinoceronte somos todos, y no podemos huir de ello, tampoco en esta ingeniosa propuesta escénica. Impecable en este sentido el espacio sonoro que crea Luis Miguel Cobo, sin el cual este magnífico caos que no sabemos de dónde viene ni por dónde va a salir no hubiese sido lo mismo.

Pero este inicio no será el único golpe de teatro de este montaje. Los dos últimos actos apartan la platea y trasladan la acción al escenario, pero el ingenio sigue estando al servicio de un montaje que reserva sorpresas por doquier: la escena de la señora Boeuf, la del último encuentro entre Berenger y Juan, la charla del lógico o el baile del Señor Mayor con un rinoceronte –por citar solo las más escandalosamente brillantes y diferentes entre sí- son irresistibles, y son teatro puro. Además, Caballero ha tenido el acierto de saber crear un espectáculo vistoso y entretenido sin que por ello nos distraiga del texto ni del mensaje: se pueden saborear perfectamente a la vez que se disfruta de un gran espectáculo de teatro. Puede que el tercer acto decaiga un escalón –hablo siempre de decaer de la excelencia al mero sobresaliente, claro-; y quizá algún pequeño corte en un espectáculo que sobrepasa las dos horas sin entreacto hubiese terminado de redondear el camino hacia el prodigio, pero no por ello la propuesta deja de ser impecable. Sin embargo, creo que la escena final –con Berenger solo en su cuarto hablando a una platea literalmente rodeada de rinocerontes…- hubiera tenido más impacto si Berenger se dirigiese directamente al público, incluso encendiendo las luces de la platea y haciendo que el protagonista hable a los rinocerontes cara a cara; habría que renunciar a un efecto final muy vistoso, pero creo que el mensaje de unidad social que transmite el texto –entendiendo al público como parte de esa sociedad- hubiese podido cobrar –aún- más fuerza. Pero, por encima de este detalle, hay que celebrar que Caballero ha dado en el clavo, y ha logrado por una vez un espectáculo que coquetea sin ruborizarse con la perfección: porque es divertido, teatral, tiene ritmo, tiene pulso y funciona con total solidez.

Soberbio el copioso reparto -14 actores-. Un reparto en el que, más allá de dos o tres protagonistas, prácticamente todos encuentran al menos un momento de lucimiento personal; y en cualquier caso todos colaboran a esa idea de espectáculo coral, de caos colectivo ordenado que es una de las bazas de la función. Todos están brillantes, todos funcionan. Espléndido trabajo de Pepe Viyuela como el protagonista, puede que en uno de los mejores roles que le haya visto. Porque su Berenger –casi podríamos decir que un papel dramático en medio de una catarsis (tragi)cómica- es todo contención, está exento de cualquier tipo de tic que nos recuerde al Viyuela de siempre, y aporta una grandísima dignidad al personaje dentro del patetismo que llega a alcanzar ese héroe antisistema en una cruzada personal que empieza siendo lógica y acaba convirtiéndose casi en quijotesca: sorprende muy positivamente encontrar a Viyuela en este registro dramático y comedido; y que lo afronte con la misma solidez con que acostumbra a afrontar la comedia. Junto a él, la Daisy de ese animal escénico que es la argentina Fernanda Orazi aporta el perfecto contrapunto a la contención de Viyuela, porque es un dechado de naturalismo costumbrista que conviene mucho tanto al personaje como a esa sociedad que la obra retrata: es un verdadero ciclón energético capaz de pasar de la indiferencia al interés en un segundo; y estalla en su soberbia escena final, tras un largo y emotivo diálogo con Viyuela que es otro de los puntales de la función, porque tanta energía contenida tenía que acabar aflorando por alguna parte. Es un gustazo tener a este pedazo de actriz en el CDN. Fernando Cayo está sencillamente bestial –y nunca mejor dicho- como Juan, el mejor amigo de Berenger: parte de la elegancia innata que tiene en el primer acto, pero descolla con uno de los mejores momentos del montaje en la escena de su transformación en rinoceronte del segundo acto, resuelta sin ningún efectismo escénico, porque el actor tiene una fuerza física y expresiva que basta por sí sola para mostrar lo que casi es una posesión en toda regla por esa especie de alien que pareciera que va a salirle de dentro en cualquier momento… pura fuerza. No es una escena fácil, y Cayo la clava con todas las garantías en un momento de grandioso teatro de actor.

Entre todo el resto del amplísimo reparto todos merecen ser citados –porque es difícil que en un reparto de 14 actores todos estén bien, y aquí lo están-. Hay que destacar el soberbio momento cómico que se marca Paco Déniz en su absurdo discurso como el Lógico: verdaderamente desternillante y merecidamente aplaudido en una escena que –por contenido, interpretación y puesta en escena- podría estar sacada de uno de los sketches de las primeras funciones del mismísimo Alfredo Sanzol. No se queda atrás la pachorra con que Ester Bellver despacha su escena, en otro grandioso y casi se podría decir que almodovariano momento como la Mujer de Boeuf. Juan Antonio Quintana aporta la necesaria poesía a algunas de las escenas con texto más bello –y más mensaje- de toda la función; José Luis Alcobendas, Juan Carlos Talavera y Janfri Topera aportan orden y su ya conocida eficacia como los compañeros de trabajo de Berenger y Daisy; Mona Martínez también encuentra su momento personal cuando nos pilla casi desprevenidos y da por sorpresa el pistoletazo de salida al caos en la platea –y no es fácil…-; y Bruno Ciordia, Chupi Llorente, Paco Ochoa y Pepa Zaragoza contribuyen decisivamente con sus intervenciones a que el peligroso primer acto funcione como un caos natural y perfectamente organizado.

Algo más de media entrada en la función que presencié –una de las primeras de la larga estancia de la función en el María Guerrero-. No se preocupen, porque aún hay tiempo para verla; pero no la dejen escapar: por muchas cosas, creo que es una de las tres o cuatro mejores propuestas que se pueden ver ahora mismo en la cartelera madrileña, y la mejor producción propia del Centro Dramático Nacional en años. Así debería ser siempre, y ojalá que Caballero –que aquí nos recuerda que cuando quiere puede- tome nota de por dónde deben ir los tiros: se puede.

H. A.

Nota: 4.5 / 5

 

“Rinoceronte”, de Eugéne Ionesco. Con: Pepe Viyuela, Fernanda Orazi, Fernando Cayo, José Luis Alcobendas, Paco Déniz, Juan Carlos Talavera, Juan Antonio Quintana, Janfri Topera, Ester Bellver, Mona Martínez, Bruno Ciordia, Paco Ochoa, Chupi Llorente y Pepa Zaragoza. Dirección: Ernesto Caballero. CENTRO DRAMÁTICO NACIONAL.

Teatro María Guerrero, 19 de Diciembre (20.30 horas).  

6 comentarios leave one →
  1. Bramante permalink
    enero 23, 2015 11:51

    La vi ayer y coincido totalmente contigo. Gran texto, gran producción y grandes actores, realmente redonda.

  2. diciembre 30, 2014 19:19

    Muy buena reseña de esta obra de Ionesco para la que tengo ya entradas -de las baratas- para el 21 de enero. Me apetece un montón y tras leer esta entrada mucho más.

    ¡Feliz año nuevo!

    • diciembre 30, 2014 19:39

      Espero que desde tu ubicación se vea todo el patio de butacas: en esta propuesta es indispensable. Que la disfrutes, que seguro que la vas a disfrutar! 😉
      Gracias por leerme y feliz año también para ti!
      Un abrazo!
      H.

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