‘La Voz Humana’, o la procesión va por dentro
“Desde el domingo sólo he dejado de pensar en ti unos segundos. Fue en el dentista. Me rozó un nervio con el torno. Entonces desapareciste”. (La Voz Humana, Jean Cocteau).
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Dentro del ciclo Femenino Plural, el Pavón Teatro Kamikaze nos regala uno de los espectáculos más vibrantes del año, con su revisión de La Voz Humana, de Jean Cocteau -monólogo que han interpretado prácticamente todas las primeras actrices de los últimos 80 años, y que incluso François Poulenc inmortalizó en una ópera homónima unos años más tarde-, esta vez interpretada por Ana Wagener y en una sobria pero elegante puesta en escena de Israel Elejalde, que pone al día el texto para ofrecerlo en la intimidad del ambigú del teatro.
Estrenado en 1930, La Voz Humana es un monólogo que trata un tema universal y actual, como es el grado de degradación y dependencia personal al que puede llegar una persona para agarrarse a un clavo ardiendo porque lo necesita desesperadamente. Incapaz de asumir que su relación ha terminado, nuestra protagonista -la Mujer, sin nombre- intenta prolongar al máximo la última conversación telefónica con su amante, como si esa presencia fuese su único motivo para seguir viviendo. Aunque al principio intenta fingir entereza e indiferencia; enseguida observamos que la procesión va por dentro, y que el grado de necesidad de la voz para mantener viva la duración de la última vez que habla con su amante se apoya incluso en recursos que la anulan como ser humano: “no me hagas mejor parecer mejor de lo que soy (…) la culpa es mía (…) no he querido decir eso” y toda una serie de pensamientos que muestran que la capacidad de manipulación de un ser hacia otro -directa o indirectamente- va a veces mucho más allá de lo físico: sin que sea una situación provocada por su amante -que, claramente, ya ha pasado la página que ella no consigue pasar- nuestra protagonista parte de la dependencia para irse hundiendo hacia el final de un pozo que la va convirtiendo en una sombra de sí misma y en una sombra para el mundo mismo.
Desde el momento mismo de su estreno y una vez pasado el impacto del uso del teléfono -que por aquel entonces era un artilugio de máxima modernidad- como elemento estrella de la función; este texto -siempre de plena actualidad en su aparente sencillez temática, o precisamente por lo sencillo de lo que plantea- se ha representado constantemente, a cargo de algunas de las más importantes actrices de todos los tiempos. No es de extrañar, porque supone todo un tour de force para cualquier actriz, un caramelo, un verdadero vehículo de lucimiento personal, tanto por la intensidad de la trama como por el fuerte carácter simbólico y poético que impregna todo el texto de Cocteau. Pero no nos engañemos, las características de este monólogo son también una trampa casi mortal que podrían convertir la función en un festival de lloriqueos e histrionismos -hagan un rápido repaso a versiones anteriores y descubrirán que algunas grandísimas actrices han optado por esta vía…- que harían que una parte del sentido de este monólogo se perdiese. En mi opinión, huir de esa vía digamos fácil de expresar el dolor -más aún en una historia que trata un tema del día a día como son las relaciones humanas tóxicas- es una de las claves para conmover al público desde la verdad.
La presente versión es plenamente consciente tanto de la actualidad del mensaje como de la necesidad de expresar el dolor desde la verdad más profunda; e incluso de la poesía que entraña el texto en sí mismo. Acotando aún más el pequeño espacio del ambigú del Pavón Teatro Kamikaze, nuestra protagonista nos espera envuelta en la oscuridad y derrumbada en una estructura con forma de tumba -¿la cama como metáfora de la muerte de la mujer?- mientras al fondo suenan diversos temas de Edith Piaf. Sobre una de las ventanas que dan a la calle, una inscripción: “¿Para qué sirve el amor?”. Un súbito estruendo despierta a la mujer de su letargo, y entonces comienza su carrera de fondo, su cuenta atrás contra la misma muerte para intentar a toda costa no perder lo único que le queda: el recuerdo de su amante.
Israel Elejalde, consciente de la actualidad del texto, lo sitúa en la actualidad; y elimina en su versión la problemática de la operadora presente en el original para jugar con un móvil corto de cobertura y un fijo, que nuestra protagonista alterna para intentar mantener la comunicación; además, las referencias a mails que se intercambian los protagonistas despejan cualquier duda acerca de que la historia transcurre en un presente más o menos inmediato. Es un acierto, porque la historia es atemporal y universal, En su propuesta, Elejalde deja gran parte del peso al poder del texto y al poder comunicativo de su actriz -se nota un trabajo de dirección minucioso con ella para defender su opción, pero ya hablaremos de ello más adelante-; pero no renuncia sin embargo a aportar pequeños detalles que realzan el valor poético de la pieza, tanto a través de la suave pero certera y expresiva iluminación de Pau Fullana, como a través de la gestualidad misma de la actriz y de los pocos elementos escénicos -Eduardo Moreno- como elemento poético. Esto es, Elejalde no ha renunciado a dibujar ciertos elementos de corte onírico en medio de una lectura que apuesta por la verdad como elemento base a la hora de expresar el dolor y la angustia. Hay momentos estéticamente muy bellos -el juego con la ventana- y que aportan intensidad dramatúrgica. Casi el único pero que se le podría poner a este acercamiento es la ausencia absoluta de un elemento actual comunicativo tan importante como es el whatsapp: es una minucia, pero viendo este montaje no pude evitar pensar que, a día de hoy, seguramente una conversación de esta índole tendría lugar mucho más a través de whatsapp -mediante notas de audio…- que a través del teléfono por motivos obvios. Entiendo que integrar este elemento en una dramaturgia de una obra con esta estructura es algo de una dificultad casi imposible de abordar; pero creo que -puesto que apostamos por una puesta actualizada-, no estaría de más introducir algún guiño a este elemento. Minucias entre tanto bueno, en cualquier caso.
Queda por último el trabajo de Ana Wagener, en un trabajo abordado desde lo más profundo de sí misma, desde el lugar más complicado: el de lo micro, el del detalle, el de la intimidad, el de una mujer que muestra que su procesión va por dentro y que el corazón le late a cien. En el trabajo de Wagener no hay ningún tipo de aspaviento ni grito gratuito; su dolor viene enfocado desde la garganta, desde el nudo en la garganta que le produce esa ansiedad creciente que posiblemente le impida gritar como le gustaría. Hay algo en ella, en esa mujer que ya tiene la batalla perdida de antemano y lo sabe, que hace que tenga que intentar ante su amante la poca dignidad que le queda, aunque le vaya el alma -y la vida misma- en ello. Ha de ser valiente, ha de resistir a cualquier precio. Es un lugar distinto para buscar la ansiedad creciente que recorre todo el monólogo; pero también creo que es un lugar mucho más elocuente para llegar al espectador con la misma intensidad. Una intensidad que, expresada desde la palpitación de sus ojos y desde su respiración casi entrecortada esconde seguro mucha rabia contenida; la de una mujer que no es capaz de derrumbarse ni siquiera en la intimidad de su habitación, aunque ya esté muerta en vida -o precisamente por eso-. Y, sin embargo, hay algo en ese tragar saliva, en ese nudo en la garganta que no se afloja ni desaparece que nos dice mucho de la verdadera psicología del personaje, y de cómo esa incapacidad de vaciarse ni siquiera consigo misma -ese tener que aguantar y aguantar…- es la clave hacia su destrucción misma; y eso es lo que hace que podamos seguir el monólogo con absoluto sobrecogimiento. El enfoque Wagener-Elejalde -porque aquí hay un claro trabajo a cuatro manos, y en este sentido toda la propuesta es un doble acierto de dirección e interpretación- es radicalmente diferente al de otros acercamientos a este monólogo; pero eso es lo que hace fascinante esta versión. Hay que ser una bestia de la interpretación para abordar esto desde el lugar que lo afronta Wagener: no cualquiera hubiese podido ofrecer una lectura tan atenta al detalle desde la contención expresiva como ella lo hace.
La propuesta se sigue en un silencio casi ceremonial, y culmina en una solución escénica bellísima -mejor no revelarla- que es la guinda del pastel. A esto sigue una larga salva de aplausos para Ana Wagener, que brilla por derecho propio en un espectáculo que tiene el acierto de abordar un texto archiconocido y muy representado desde un lugar distinto, novedoso; que explora sin embargo el dolor desde un lugar más íntimo -y por tanto más hondo-. El acierto en la novedad del enfoque y la callada intensidad que alcanza la actriz son los dos aspectos que hacen de esta experiencia -que da la razón al dicho de que «lo bueno si breve…»- algo realmente inolvidable.
H. A.
Nota: 4.75 / 5
“La Voz Humana”, de Jean Cocteau. Con: Ana Wagener: Versión y dirección: Israel Elejalde. EL PAVÓN TEATRO KAMIKAZE.
El Pavón Teatro Kamikaze (Ambigú), 16 de Diciembre de 2016
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