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‘El Pequeño Poni’, o la grieta

septiembre 21, 2016

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Paco Bezerra se está convirtiendo en un verdadero maestro a la hora de retratar conflictos extremos de personas normales, que nos pueden tocar muy de cerca a todos. Si revisó el acoso a menores por Internet en Grooming y la discriminación racial en El Señor Ye Ama los Dragones, ahora con El Pequeño Poni Paco Bezerra toma como punto de partida dos casos reales de acoso escolar que tuvieron lugar en Estados Unidos en 2014 para crear una obra que toma la polémica sobre el acoso escolar como la mera punta del iceberg de un drama familiar que funciona como una grieta que se va abriendo más y más progresivamente para arrojar problemáticas e incógnitas personales que van mucho más allá de la lacra del acoso escolar.

Jaime e Irene, un matrimonio en la primera madurez, descubren que a Luismi, su hijo de diez años, sus compañeros le están haciendo bullying en el colegio por llevar una mochila con motivos de la serie Mi Pequeño Poni. Los padres deben decidir cómo enfrentar el problema, a la vez que el acoso a Luismi en clase se va haciendo más y más grande: todo el colegio le ataca, e incluso la dirección del centro -consciente de la problemática existente- no parece querer mojarse en exceso. De partida, Jaime e Irene tienen diferencias irreconciliables acerca de cómo tratar el problema de su hijo: el padre opta por denunciar y tomarse la justicia por su mano; mientras que para la madre todo se reduce a que Luismi cambie su mochila con los ponis por una con otro tipo de motivos… de Batman, por ejemplo. Esta diversidad de opiniones abre una polémica entre los padres -incapaces de llegar a un punto de acuerdo que les permita unirse para atajar el problema- mientras el problema de Luismi se va haciendo más y más grande ante una situación donde la masa acosa abiertamente al que consideran ‘diferente’. Pero ¿cuál es aquí el verdadero problema? ¿hasta dónde puede llegar todo esto?

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En prácticamente todas las publicidades que he leído sobre esta obra se cita que El Pequeño Poni es “una obra sobre el acoso escolar”. Claro que un teatro social como este es necesario, y claro que el acoso escolar hacia lo que se considera diferente aparece como tema central de la obra; pero creo que uno de los mayores aciertos de este texto -el más redondo en forma y contenido de cuantos conozco de Bezerra- es haber sabido convertirse en algo que es mucho más que eso. Está presente el acoso como telón de fondo dolorosísimo con toda su crudeza; pero lo que verdaderamente sobrecoge de este texto es ver la grieta que se abre entre un matrimonio que se quiere, que quiere a su hijo y que sin embargo es incapaz de unirse para hallar una solución, sin medir las fatales consecuencias que podría tener esa incapacidad para comunicarse, para unirse, para ponerse de acuerdo y remar en la misma dirección para vencer lo verdaderamente importante. Hay mucho dolor en El Pequeño Poni: el del invisible pero omnipresente Luismi ante la situación en su colegio, el de ese padre coraje que cree que todo puede solucionarse con un puñetazo en la mesa -”si humillar al diferente es ser normal, yo no sé si quiero que mi hijo sea normal”-, el de esa madre que cae en la desesperación más absoluta porque se siente incapaz de querer a su propio hijo y culpable por ello, y sobre todo por el dolor que provoca ver cómo ese núcleo familiar se va resquebrajando sin remedio sin que ni Jaime ni Irene se den cuenta. Así, Luismi se convierte no sólo en una víctima del sistema -y, por tanto, en una víctima de la sociedad-, sino también hasta cierto punto en una víctima de sus propios progenitores: Bezerra lo sabe bien, lo expresa bien; y construye un texto que golpea al público como una bofetada constante que sobrecoge y hace seguir la función en sepulcral silencio, con el corazón encogido mientras la bola de nieve se va haciendo más y más grande ante la incapacidad de comunicarse, de escucharse y de unirse ante la adversidad que tienen nuestros dos protagonistas: una incapacidad inconsciente que duele.

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A nivel de concepción del texto, creo que Bezerra acierta de pleno al no juzgar a los personajes, al limitarse a mostrarnos sus razones y sus miedos -tan válidos en uno como en otro caso, por más que nos cueste entenderlo así en un principio-, y cómo no son conscientes de las consecuencias que tienen sus actos sobre terceros -en este caso, sobre Luismi-, porque no ven ni escuchan. El ritmo del conflicto es progresivo e imparable, y pronto Bezerra -que, como ya he dicho, acierta al ir varios pasos más allá del acoso a menores- sitúa la acción en una atmósfera oscura y dura, a medio camino entre el thriller y el drama de personajes, mediante una escritura que atrapa sin remedio porque -lo diré una vez más- sobrecoge por su crudeza y dureza. Otro acierto de la escritura de Bezerra es salpicar el drama con una suerte de fábula con tintes oníricos -no diremos cómo para no contar más de lo que se debe…-, que sugiere que a veces sólo la fantasía nos puede liberar de la realidad hostil; un mensaje tan escalofriante como lo es casi todo en este texto. Hay en El Pequeño Poni ecos claros de Málaga, de Lukas Bärfuss -curiosamente en ambas funciones en España estuvo Roberto Enríquez- o de los grandes textos de Eduard Albee; y esto nos da una idea del nivel de calidad ante el que nos encontramos. Por su crudeza árida, por su ritmo implacable y por su capacidad de remover y conmover al espectador partiendo de un tema central para apuntar conflictos ocultos de mucho más complicada solución, creo no exagerar si digo que estamos no sólo ante el más redondo texto de Paco Bezerra, sino ante uno de los textos que más me hayan impactado este año. Sólo un detalle mínimo creo que podría ser pendiente de revisión: ¿es creíble la falta de implicación absoluta de la comunidad escolar, que deja a los padres con una mano delante y otra detrás, ante un caso tan claro o es de algún modo una excusa para provocar la situación?

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Por si todo esto no fuera suficiente, Celestino Aranda ha armado un espectáculo impecable en el que todo está en su sitio y que cuenta con todos los colaboradores habituales del teatro reciente de Bezerra. La puesta en escena de Luis Luque apuesta por un teatro de personajes, despojado de cualquier atisbo de lo superfluo. Y es que nada es baladí en la puesta en escena: ni la parca y fría escenografía de Mónica Boromello -que tan bien se adapta al tipo de drama que están contando-, ni el juego de sombras que presenta la iluminación de Cornejo, ni mucho menos la videoescena de Álvaro Luna -que empieza por parecer un mero adorno, pero acabará adquiriendo una importancia capital en la narración: sólo se puede decir que no está ahí por azar-, ni siquiera la música de Luis Miguel Cobo -que subraya en los cambios de escena cómo la historia se va oscureciendo más y más. En esta puesta en escena, llena de detalles que sólo se apreciarán debidamente al término de la representación -o en un segundo visionado- todo está ahí por algo; y todo está en su justa medida: Luis Luque vuelve a demostrar una vez más que es capaz de hacer mucho con muy poco, y que en sus puestas en escena el cuidado por el detalle a la hora de narrar es marca de la casa. Estamos, sin duda alguna, ante uno de los directores más sólidos y más honestos del panorama teatral español.

Roberto Enríquez y María Adánez se enfrentan a una función llena de complicaciones, tanto por el nivel de exigencia emocional de toda la representación como por correr el riesgo de desparramarse emocionalmente ante un texto que obliga a los actores a mantener todo el tiempo una intensidad brutal. No sucede, y ambos salen airosos de un escollo difícil que permite que el espectador pueda vislumbrar las luces y las sombras de ambos personajes con credibilidad. Los entendemos, sufrimos con ellos, entendemos sus equivocaciones y entramos de lleno en el conflicto. A estas alturas Enríquez -uno de los mejores actores de su generación- ya ha demostrado que está bien en lo que le echen, en cualquier formato y así es una vez más aquí; pero María Adánez -que ha de enfrentar un monólogo de mensaje escalofriante en el que se derrumba emocionalmente ella a la vez que nos derrumba a nosotros- sorprende positivamente mostrando una vena absolutamente dramática que va a dejar a cuadros a más de uno, en el que puede ser uno de los mejores trabajos de toda su carrera. Ambos trabajan en la misma dirección, con compenetración evidente; y por ello el resultado no puede ser más redondo.

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El público sigue la acción en sepulcral silencio, a medio camino entre el nudo en la garganta y la emoción de los que rompen a llorar sin poder evitarlo. Al final, sucede la catarsis: el teatro estaba apenas mediado en mi función de sábado por la tarde; pero el público braveó en pie a unos actores que tuvieron que salir a saludar más de cinco veces. Una obra imprescindible que va más allá de ser una herramienta de denuncia de una lacra social para convertirse en un soberbio espectáculo de teatro en todas sus vertientes.

H. A.

Nota: 4.5 / 5

El Pequeño Poni”, de Paco Bezerra. Con: Roberto Enríquez y María Adánez. Dirección: Luis Luque. PRODUCCIONES FARAUTE

Teatro Bellas Artes, 17 de Septiembre de 2016 (19.00 horas)

4 comentarios leave one →
  1. septiembre 22, 2016 07:41

    … aquí discrepo. Partindo da calidade de toda a xente que fai este espectáculo, e de que paga a pena velo, por suposto

    • septiembre 22, 2016 11:00

      Encantaríame que desenrolases un pouquichiño a tua discrepancia ! Eu saín moi conmovido, e a resposta do público foi bestial (coma en Tierra del Fuego, só que aquí eu tamén me conmovín haha). Unha grande aperta! H.

      • septiembre 22, 2016 15:38

        Home… Dúas cousiñas, logo.
        O texto paréceme escrito dende a seguridade moral: Isto é o que pasa; isto é o que se fai, isto é o que se debe facer. Non me parece escrito dende os personaxes e desenvolvido dende a súa relación. Ou si, pero con maior peso para a proposición moral que para o personaxe. A ela tócalle a pior parte, dende o meu punto de vista. É como se o teatreiro observase a realidade dende fóra e sabendo máis que quen vive ou padece a situación.
        As proxeccións. Lévome fatal cas proxeccións audiovisuais en teatro. Debe ser cousa miña. Lembro o espectáculo de Peter Brook sobre aquel ruso de tanta memoria e aquelas dúas pantallas de televisión que me desagradaron tanto. Neste caso non me aportan, e está ese dito de que o que non aporta, resta. Veño de ver un espectáculo no que case me gustan. Cando escribas sobre el, xa che direi. Pensando despois, de volta a casa, imaxinaba o Poni sen proxeccións, e claro, imaxinábao mellor.
        Pero insisto en que non pretendo rebater a túa idea nin moito menos desvalorizar o espectáculo.
        Unha aperta!!

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