‘Trópico del Plata’, o necesidad de sumisión
Dentro del marco de la Mostra Internacional de Teatro de Ribadavia se presentó en Galicia Trópico del Plata, un monólogo escrito por el argentino Rubén Sabadini e interpretado por Laura Nevole que viene precedido de larga gira y numerosos galardones internacionales -no en vano la pieza fue declarada “de interés cultural” por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires-, que indaga en los mecanismos del amor, en el precio de esos mecanismos y en la sumisión y degradación del ser como actos de amor mal entendidos, a través de lo que podríamos dar en llamar un monólogo polifónico. Un espectáculo de apenas 55 minutos de duración pero ciertamente valiente y contundente, que explora los límites más turbios del amor y las razones -si es que existen tales razones- que nos llevan a caer en esos límites turbios.
Aimé -una mujer aparentemente con pocas luces, o eso dice su pareja- vive recluida en una habitación por Guzmán, la persona con la que comparte su vida. Ahí, en esa habitación cerrada a cal y canto, espera las visitas del hombre; y se presta a participar del “Baile de los Enmascarados”, una suerte de orgías colectivas que prepara Guzmán y en las que ella es el elemento estrella: debe acudir disfrazada acorde a las indicaciones que el macho alfa le proporciona, y es usada por todos los asistentes como un objeto de sexo. No es esta la única humillación a la que Guzmán somete a Aimé, pues ha empleado gran parte de su tiempo en blanquear toda su piel para eliminar su condición de morocha, a pesar de que ella afirma sentirse bien como era antes; ahora ya apenas quedan símbolos de su verdadero color de piel. Así, durante una hora, asistimos a esta relación tóxica de dependencia, en un texto duro que no rehuye nada y que deja poco lugar a la esperanza y mucho a las incógnitas. Asistimos pues a un momento concreto, a un estado de la relación, sin que nunca lleguemos a saber cómo Aimé ha podido enamorarse de un hombre como Guzmán, ni por qué en principio no termina de decidirse a huir, a pesar de que es una idea que revolotea en su cabeza durante toda la función. Vemos, de hecho, un punto concreto en la relación de estos dos personajes; un momento en el que el reparto de roles y los mecanismos de poder ya están absolutamente establecidos y se antojan prácticamente inamovibles.
En este vacío informativo meditado y consciente -no en vano Rubén Sabadini admite abiertamente que su pieza es deudora de los estilos de Harold Pinter y Martin Crimp- reside una de las claves de lo poderoso de la propuesta: el hecho de no saber cómo ha sido construida esa relación nos impide emitir un juicio real y ponderado sobre lo que ocurre en esa casa; de la misma manera que la aparente falta de luces de Aimé -¿es falta de luces o es tan solo otra estrategia de Guzmán para anularla?- hace que la información nos llegue clara y contundente; pero pasada por un filtro a través del cual el personaje parece intentar quitarle hierro al asunto: en su discurso hay claridad, pero también ironía, acidez y hasta tintes de clara comedia. Así, el espectador recibe el resultado como una bomba de relojería, porque el contraste entre la dureza y claridad de lo que se cuenta -los niveles de degradación moral y personal a los que se ve expuesta la protagonista- y el tono jocoso de muchos de los pasajes hace que la incomodidad que se genera en el oyente sea muchísimo más grande que si el discurso hubiese optado por el mero drama lacrimógeno.
Surgen preguntas más allá del obvio ¿qué está sucediendo exactamente aquí? -que también, claro-. Preguntas como: ¿por qué se ríe la gente, por qué nos sonreímos si la dureza y claridad del discurso son apabullantes? ¿por qué se degrada Aimé hasta esos límites en los que, como ella misma dice “el disfraz se ha convertido en piel”? ¿hay conciencia, necesidad o incluso gusto por la perversión y la degradación en el propio personaje? ¿es víctima o lo suyo es amor enfermizo? Pero creo que ese arma de doble filo sobre la que Sabadini construye toda su escritura es una de las grandes bazas de una función que busca remover mentes y cuestionar más que aportar verdaderas respuestas y soluciones. Dicho de otro modo ¿qué es exactamente Trópico del Plata? ¿Una historia de amor? ¿Una historia que aborda un modo de violencia de género? ¿las consecuencias de hundirse sin remedio en el pozo de una relación tóxica? ¿una alegoría de los sistemas socio-políticos de poder? Todo cabe, y posiblemente no haya una única respuesta; porque, como digo, Sabadini no busca ni pretende dar respuestas cerradas. En cualquier caso, siento que quedarse en ‘una historia de violencia de género’ es quedarse en la superficie de algo que pretende y busca ser mucho más amplio e ir más allá; y cada vez tengo más claro que mi lectura es mucho más turbia: ¿será posible que Aimé encuentre algo de grato y hasta de necesario en esta relación de sumisión y degradación, y que el espectador busque eludir esta posibilidad por encontrarla excesivamente incómoda como para asumirla? Yo no lo descartaría…
Es, ante todo, un espectáculo de actriz, en el que Laura Nevole, despojada de todo artificio, asume no solo el reto de lidiar con un material tan difícil para encontrarle el punto justo a un discurso que baila conscientemente entre dos aguas; sino también el de dar vida a los dos personajes de la pareja alternativamente, sin más herramientas que las de su propia expresión corporal. En Nevole hay una interpretación sincera y entregada, que engancha al espectador y que muestra a una actriz de raza; pero aún más -y esto es lo más complicado-: sabe encontrar sin despeinarse ese extraño equilibrio para mantener la dureza del texto y la situación, sin renunciar a esos bordes de farsa y sátira que se terminan volviendo incómodos para el espectador, y que nos provocan un cóctel de emociones ante el cual no sabemos cómo encajar la extraña situación que se está presentando ante nuestros ojos. Sin esa rotundidad a la hora de lograr este perfecto equilibrio, nada en este espectáculo habría tenido sentido.
Puede que tal vez sienta que el autor -que se encarga además de la faceta de director- deposite todo el peso del espectáculo en su actriz, renunciando tal vez a planteamientos escénicos más arriesgados a nivel estético; pero es una opción perfectamente válida: creo, no obstante, que con este texto tan potente y esta interpretación tan contundente puede que el aspecto visual debiese ir un punto más allá para terminar de redondear la experiencia. Así y todo, lidiar con el handicap que supone escenificar en un espacio abierto y enorme como es el Auditorio do Castelo una función pensada para transcurrir en un zulo no debe ser tarea fácil; y, a juzgar por la forma en que capturaron la atención, el objetivo estuvo plenamente conseguido.
En los 55 minutos que dura Trópico del Plata hay un espectáculo breve pero contundente, que va como una patada directa al estómago, una experiencia dura y seguramente molesta e incómoda: por lo que cuenta, por cómo lo cuenta; pero, sobre todo, por las sensaciones que genera sentarse a observar cual vouyeur una historia de esas que tal vez no nos gustaría escuchar tan claramente, a la que hay que sumar el miedo que nos producen indudablemente esos interrogantes que apunta el texto y que se convierten en ideas dentro de nuestra cabeza. Y es que, los pensamientos más terribles, están dentro de la cabeza de cada uno; y tal vez sea por eso por lo que nunca llegamos a acceder a la capa más humana de Aimé, porque están guardados en su yo más íntimo. Pese a todo, indiferente no deja, bajo ningún concepto; y valiente es un rato.
H. A.
Nota: 4 / 5
“Trópico del Plata”, de Rubén Sabadini. Con: Laura Nevole. Dirección: Rubén Sabadini. VERA VERA TEATRO.
XXXII Mosta Internacional de Teatro de Ribadavia (MIT), 18 de Julio de 2016 (Auditorio do Castelo).
Gracias por esta crítica!!!
A vos por este hermoso espectáculo!
Me alegra que la hayas leído, y por supuesto la podéis emplear como queráis!
Un abrazo desde España!
Hugo