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‘Sueño de una Noche de Verano’, o la diversión como máxima prioridad

junio 1, 2016

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A pesar de llevar ya mucho tiempo trabajando, tanto Darío Facal como Metatarso Teatro llevan un par de años dorados presentando montajes de grandes obras, con gran repercusión en grandes salas de Madrid. Primero fue Las Amistades Peligrosas, después El Burlador de Sevilla, hace muy poco Amor de Don Perlimplín con Belisa en su Jardín y ahora Sueño de una Noche de Verano. Todo esto en apenas año y medio: casi nada.

No siempre me considero un fan declarado de los trabajos de Metatarso; aunque reconozco que suelen ser valientes y arriesgados y tirarse a la piscina con todas las consecuencias. Así como me fascinó Las Amistades Peligrosas, me pareció más errática El Burlador de Sevilla; si bien había en ambas señas de identidad comunes e inequívocas. Ahora, en este Sueño de una Noche de Verano, Facal y Metatarso han conseguido mantener su esencia pero renunciando a algunos elementos que ya empezaban a jugar más en contra que a favor porque ya estaban muy vistos -no, esta vez no hay ni rock and roll en directo ni micrófonos…-; pero tal vez lo más importante de su acercamiento a una de las comedias más representadas de William Shakespeare haya sido el no perder nunca de vista que la finalidad primaria de la comedia no es otra que el divertimento. Así, Facal presenta una lectura ágil de la obra, que acerca el clásico a todos los públicos por igual: esto, que puede parecer una obviedad, es para mí el primer gran acierto de la propuesta.

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Todos hemos visto muchas versiones de Sueño de una Noche de Verano -y seguro que en España muchos recordamos la espléndida versión de Helena Pimenta con Ur Teatro que se repuso varias veces para varias generaciones pudiésemos disfrutarla-; y posiblemente ahí radique una de las grandes dificultades de insistir en ella: en hallar una personalidad, un tono y algo que diferencie un montaje del resto. Además, Sueño intercala dos -y podríamos decir que hasta tres- tramas de distinta índole y hasta cierto punto independientes entre sí: la del enredo amoroso, la puramente cómica con la obra dentro de la obra y la del mundo de las hadas, que une de algún modo las dos tramas anteriores; de manera que nunca es fácil hallar una diferenciación de tono entre todas ellas que aporte verdadero interés a la versión.

Darío Facal confía ciegamente en el poder del texto de Shakespeare y lo otorga al público todo lo desnudo que es posible, aunque sin perder nunca de vista la cuestión del ritmo que toda buena comedia debe tener. Apoyado en una escenografía alegórica de María de Prado -neones que ubican las escenas, animales disecados a tamaño natural y un curioso juego de telones de tramoya que van cayendo para dejar paso al siguiente, en un efecto inverso al que se suele hacer normalmente- Facal juega con actores y personajes, subrayando la comedia y el sentido del ritmo por encima de cualquier otra cualidad -incluso por encima de la atmósfera de lo sensual, que tantas veces fue principal en esta obra-. El resultado es un Sueño ágil, divertido, cómico y para todos los públicos que pone de manifiesto por qué esta obra es una de las más representadas del bardo de Stanford. Todo es sencillo: desde el vestuario de Ana López Cobos -que guiña muchas veces directamente al dibujo animado- hasta la iluminación de Juanjo Llorens, perfectamente integrada en una idea que ni siquiera opta por realzar el elemento nocturno tan evidente -¿tal vez sea por eso que no se realza, porque está implícito en el título?- que sí primaba en otras propuestas de esta misma obra.

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Todo tiene ritmo, divierte y fluye; acaso sobren un par de subrayados musicales que son una suerte de versión techno de la música incidental de Mendelssohn para esta obra -básicamente la Obertura y el Nocturno-, que no aportan gran cosa y son bastante feas… Sin apartarnos del aspecto musical, por algo que se me escapa Emilio Gavira vuelve a cantar el Vals de La Viuda Alegre -ya lo hacía con Pandur en La Caída de los Dioses y Fausto-, que no entiendo muy bien qué pinta aquí: en cualquier caso, llama la atención que se le pida a un actor que cante la misma pieza en tres montajes distintos… También habría que comentar que por alguna razón que se me escapa, la trama de la obra dentro de la obra -que alcanza grandes niveles de comicidad en su sencillez y en su cutrerío buscado- funciona decididamente mejor que un enredo amoroso al que seguramente le falte un punto extra de sensualidad, o que el recurso de cubrir a Oberón completamente de negro en las escenas en las que se hace invisible, privando al actor de la expresión gestual no termina de convencerme del todo; pero puestas en una balanza, unas cosas compensan sobradamente otras a la hora de valorar una versión que nunca pierde su voluntad de divertir. Y, sobre todo, muestra algo de lo que yo dudaba: que Facal sabe hacer grandes cosas también desde lo sencillo, prescindiendo de lo accesorio y renunciando a una voluntad de impresionar que era marca de la casa en montajes anteriores; esto es, claro, un piropo.

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En un año en el que se ha montado mucho Shakespare en castellano, con versiones y traducciones que ni siempre he compartido, hay que decir que esta que firman Facal y Javier L. Patiño es bastante óptima y sin salidas de pata de banco, aunque acaso suene por momentos -solo por momentos- excesivamente ‘amarrada’ a la versificación -vamos, que a veces, solo a veces, queda muy pendiente del verso y del ritmo antes que de la fluidez del mensaje- pero que al menos es respetuosa con Shakespeare: esto debería ser algo de cajón, pero ya saben que no siempre sucede…

No quiero pasar por alto uno de los aspectos más polémicos del montaje: junto al programa se entregan unas gafas 3D que se sugiere que sirven para ver la puesta en todo su esplendor -una puesta que ya he dicho, es sencilla y casi de artesanía-: al principio nos las ponemos; pero todos nos las acabamos quitando al ver que no sucede nada verdaderamente importante y que enturbian la visión de los actores… Llevo varios días dándole vueltas a este asunto de por qué a nadie le funcionan las gafas, y estoy casi convencido de que es una engañifa premeditada de Facal, para jugar con el público en una obra basada toda ella en que las cosas no son lo que parecen: tampoco el ¿falso? 3D, supongo. Ignoro si este es el motivo de que a nadie le funcionen las gafas; pero de serlo la idea roza la genialidad y tiene un sentido perfectamente aplicable al carácter de la obra… Me temo que nos vamos a quedar con la duda, pero yo ahí les dejo mi hipótesis.

El nutrido reparto -9 actores- se desdobla en varios personajes que intervienen en las diversas tramas paralelas; y todos están en su sito y todos encuentran su momento para brillar, aunque unos papeles les vayan más que otros: rara vez se puede decir esto de un elenco con tanta gente. Ya he dicho antes que en general la trama de la obra de los artesanos funciona mejor que la del enredo amoroso en el bosque por una cuestión de atrevimiento y tono; y casi todos los actores acaban encontrando su momento en la trama de la parodia de Píramo y Tisbe. Casi: me gustó mucho la Helena de Katia Klein que se roba toda la trama del bosque por físico, tono y formas; es casi la única que destaca más en la trama amorosa que en la puramente cómica. Frente a ella, puede que la Hermia de Alejandra Onieva quede un punto en segundo plano; pero se resarce de sobra con el simpatiquísimo león de Eva Nista en la obra de los cómicos, encontrando su momento para destacar, como todos antes o después en este montaje. Por su parte, Antonio Lafuente (Lisandro / Ramón Hambrón) seguramente sea el actor al que el propio montaje deja menos posibilidades reales de brillar.

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Con todo, la función es por derecho propio de Óscar de la Fuente -que cumple en Demetrio- cuando interpreta a Francisco Flauta realizando un verdadero derroche de trabajo gestual y físico puesto al servicio de la comedia, con recursos de clown de primera fila; y de Agus Ruiz en Nicolás Trasero -el único que no se desdobla porque se ve implicado en varias tramas-, de presencia poderosa y vis cómica inesperada. Ambos levantan el show en cada aparición, provocando las carcajadas más salvajes del respetable con toda lógica, porque están en verdadero estado de gracia.

En otro orden de cosas, Carmen Conesa luce regia, valga la redundancia, en las dos reinas (Titania e Hipólita) y es elegante hasta en su momento de ensoñación amorosa con el burro, que ya es difícil -creo que me quedo con la sensación de que esta vez le dejan hacer poco para lo buena que es pero aporta gran dignidad real a sus papeles, y si la compañía se la puede permitir, bienvenida sea- y Alejandro Sigüenza le aguanta muy bien el tipo en sus dos partenaires (Egeo y Oberón), cosa que no era tarea nada fácil, considerando la altura a la que rinde Conesa. Emilio Gavira es perfecto para Puck a todos los niveles, y en él encontramos al actor personal y sólido de siempre; y Vicente León sale bien parado de la difícil tarea de ser quien intenta imponer un poco de orden en el delicioso despropósito en que acaba derivando la representación de los cómicos.

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El espectáculo tiene ritmo, funciona desde lo sencillo sin renunciar por ello a ser imaginativo, el público se lo pasa en grande; y, sobre todo, tiene la virtud -¡enorme!- de acercar una obra universal a todo tipo de público, sin traicionar nunca su esencia: otros, buscando lo mismo, han acabado por hacer lavados de cara que dejaban el original en irreconocible. Se le pueden poner pegas aquí y allá, pero es un gran espectáculo; y, sobre todo, muy divertido.

H. A.

Nota: 4 / 5

Sueño de una Noche de Verano”, de William Shakespeare. Con: Óscar de la Fuente, Agus Ruiz, Carmen Conesa, Emilio Gavira, Alejandro Sigüenza, Antonio Lafuente, Alejandra Onieva, Katia Klein y Vicente León. Versión: Darío Facal y Javier L. Patiño. Dirección: Darío Facal. METATARSO PRODUCCIONES.

Naves del Teatro Español-Matadero (Sala Fernando Arrabal), 27 de Mayo de 2016

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