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‘Todas las Noches de Un Día’, o (des)amores atrapados por el recuerdo

diciembre 13, 2018

NOCHESCARTEL

Mucho ha tardado Todas las Noches de Un Día –seguramente el texto más redondo de Alberto Conejero- en subir a los escenarios. La temporada pasada hubo una oportunidad frustrada; pero la espera ha merecido la pena: en cartel se encuentra el que sin duda es uno de los espectáculos teatrales más redondos del presente curso: un texto que bebe de la tradición del melodrama americano – ecos claros del mejor Tennesse Williams- con un equilibrio perfecto entre poética, desgarro y emoción; en un atinado montaje con soberbias interpretaciones de una pareja actoral de rompe y rasga, de esas que por desgracia no frecuentan mucho nuestros escenarios: Carmelo Gómez y Ana Torrent. El resultado es un espectáculo que arrebata y emociona sin remedio por la dolorosa belleza que emana el texto y por la intensidad que irradian las interpretaciones. Un drama que no hay que perderse.

Samuel es un jardinero que ha trabajado durante años en el invernadero de Silvia. Ahora, años después de la desaparición de ella en extrañas circunstancias, se afana en mantener la belleza del lugar, quién sabe si para llenar con el recuerdo el vacío que ha dejado su ausencia. Además, debe afrontar un inesperado interrogatorio policial para esclarecer el paradero de su dueña, directamente señalado como presunto culpable por más que él defienda su inocencia. Así, por medio de este interrogatorio con un policía invisible; y con el fantasmagórico recuerdo de Silvia como una presencia permanente, el espectador va reconstruyendo –entre flashbacks y recuerdos- Samuel va reconstruyendo su relación con Silvia y los hechos que provocaron lo que ocurrió realmente, en ese invernadero que es ahora para él –y antes también para ella- un resquicio de paz y un punto de encuentro entre dos almas solitarias y necesitadas de cariño. También el único lugar en el que el recuerdo de Silvia todavía puede comunicarse con Samuel, quién sabe si para ayudarle a afrontar el trance o para lograr que se mantenga firme en una promesa que, de algún modo, sella la naturaleza de una relación que se prolonga en el recuerdo.

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Dice Tennesse Williams en la larga acotación que abre El Zoo de Cristal que “la memoria se toma muchas licencias poéticas. Según el valor emocional de los elementos que toca, omite algunos detalles y exagera otros, porque se asienta sobre todo en el corazón”. Creo honestamente que esta cita resume a la perfección el espíritu del bello y hondo drama que ha escrito Conejero en Todas las Noches de Un Día. Porque la trama –que transita entre presente y pasado, realidad y memoria- transcurre fundamentalmente en la esfera del recuerdo, a varios niveles: el recuerdo que Samuel tiene de Silvia –a fin de cuentas, conocemos a Silvia desde la imagen (puede que idealizada, magnificada y distorsionada) que de ella conserva Samuel en memoria- y el recuerdo de los hechos pasados; pero también los recuerdos que no mantenían a la propia Silvia ahogada en un callejón sin salida, fundamentales en el devenir de la trama y su resolución. Todo en Todas las Noches de Un Día es recuerdo, memoria que pesa como un lastre, que impide avanzar; pero que a la vez ayuda a sobrevivir. Proyecciones de vidas que no son, de vidas que podrían haber sido y no fueron, o de amores imposibles capaces de permanecer en la eternidad de la memoria, pero incapaces de salvar obstáculos reales.

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La relación –nunca estrictamente amorosa- que se establece entre Samuel y Silvia –inicialmente de idealización del joven jardinero hacia la señora madura, que cubre de algún modo la soledad que le produce un prometido en eterno viaje de negocios con el que se cartea con la presencia del jardinero, constante adulador a quien ni siquiera logra ver como a un hombre; pero que esconde mucho más…- está condenada al más doloroso naufragio desde el comienzo. A pesar de todo, ambos se necesitan para rellenar de algún modo la soledad a la que se han visto conducidos, él quizá por su propia asocialidad, y ella para afrontar una serie de acontecimientos que perviven –en su recuerdo, claro- y han marcado su existencia. Las conversaciones que han ido manteniendo en el invernadero en el que transcurre la acción forjan una relación sólida de dependencia mutua –se necesitan, porque son lo único que tienen- pero nunca recíproca ni bidireccional. La entregada espera de Samuel, servil, cegado ante la figura de Silvia, es sin duda un imposible que acabará por hundirle en un pozo de soledad casi tan hondo como el que se ahoga Silvia en silencio, como dos flores que se van marchitando en soledad. Desde el presente del interrogatorio, el espectador deberá dirimir las verdaderas razones de Samuel por mantener su versión de los hechos –¿legítima defesa o sacrificio de amor?- a la vez que va conociendo cómo el recuerdo arma el peso del drama para los dos personajes. La tragedia que esconde este entorno aparentemente bucólico va más allá de las duras – durísimas- circunstancias de estos personajes que callan, golpeados hasta el extremo –por sus circunstancias, por su pasado, por su presente, por aquello que no pueden alcanzar, por aquello que no pueden superar, por el recuerdo…-; porque allá donde podrían encontrar sendas tablas de salvación no se dejan ayudar… al menos no en vida. Es ahí donde reside lo verdaderamente doloroso de esta historia. Sólo el recuerdo puede salvar; y el recuerdo reside en ese invernadero en el que, por un momento, hasta el tiempo pareciera congelarse.

Todas las noches de un día

Alberto Conejero – no sé si decir en su mejor texto, pero desde luego, sí en que a mí más profundamente me ha tocado de todos cuantos le conozco- arma un aparato dramatúrgico que mira a los clásicos desde la contemporaneidad. Todas las Noches de un Día es un hondo drama de personajes, que expresa el dolor por medio de un hermoso lenguaje poético; y que bebe a menudo del simbolismo para construir un todo que nos acerca a lo que podríamos llamar la belleza de lo triste, lo hermoso del drama. Hay mucho dolor en Todas las Noches de un Día –una grandiosa historia de pérdida, sacrificio y desamor-; pero todo en ella está expresado desde un lugar de arrebatadora belleza, con un lenguaje de una fuerza que –sumada al infortunio que golpea una y otra vez a los personajes- golpea directamente a la emoción más honda. El vuelo poético del texto sirve a la perfección a una trama que presenta un drama clásico de esos que hace tiempo que no se veían. En visitar la tradición desde aquí y desde hoy está la que posiblemente sea la mayor virtud de lo que ha escrito el jienense. El hondo silencio con que la sala sigue la representación –en mi función sólo salpicado con algunos sollozos conforme la más absoluta desesperanza se va adueñando del paisaje…- y la ovación final encendida con la mitad de la platea en pie es la demostración de que aquí hay algo grande. Quienes crean que Conejero haya podido crear un texto de estructura excesivamente clásica, harán bien en dejarse arrastrar por la profundidad del drama y la infrecuente belleza del lenguaje, armas que hacen de Todas las Noches de un Día el sobresaliente drama de ecos simbolistas que es.

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El montaje que dirige Luis Luque se apoya no poco en esos clásicos en los que el texto parece apoyarse. El invernadero –casi visto como cárcel de amor- que ha construido Mónica Boromello viene bien completado por la soberbia iluminación de Cornejo, que a través de las ventanas juega con la iluminación para crear una atmósfera a medio camino entre realidad y ensueño, que potencia esa atmósfera de recuerdo que reina en la pieza. En este espacio –quizás de corte más sugerente que bucólico- Luis Luque dirige este nada fácil texto, de emociones tan sinceras como a menudo desbordadas, con sumo cuidado de respetar la poética del texto, los constantes cambios de tiempo y nivel de realidad –constantemente solapados, y bien marcados por la puesta en escena- y no excederse en el sentimentalismo, fomentando siempre la pulsión emocional de los personajes. Funciona muy bien y atrapa sin remedio. Tal vez revisaría un par de cosas: por un lado, encuentro que la música es demasiada –y hasta excesivamente de thriller- y no se necesita, porque la tensión y la emoción fluyen por sí solas; por otro lado, hay un par de momentos de tensión desbordada –un bellísimo monólogo de Silvia y algunos arrebatos de Samuel- que aparecen más enfocados desde la ira, cuando creo que lo que los personajes deben tener rabia contenida, dentro de sí y de manera individual –Silvia ha de asimilar algo grave en un momento de intimidad, creo que desahogarse en un susurro funcionaría dramáticamente mucho mejor de lo que lo hace desde la ira desbordada en que está enfocado ahora-. Así y todo, no cabe duda de que el texto es difícil –por estructura, por la tensión emocional y dramática que se respira y por equilibrar drama y palabra- y Luque ha logrado encontrar un tono que funciona maravillosamente gran parte del tiempo: se nota que cree en el texto y en su elenco.

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Tener a Carmelo Gómez y Ana Torrent es sin duda un atractivo inmediato para la cartelera. En un texto de este calibre, que requiere de dos intérpretes capaces de lanzarse de cabeza a la piscina emocional y sentimental que constituye, Gómez y Torrent dan una verdadera lección de elegancia manteniendo la esencia del drama clásico. La Silvia de Ana Torrent aparece deslumbrante en el vestuario que ha diseñado Almudena Rodríguez Huertas, elegantísima e impregnada de un magnetismo inmediato. Magnetismo que ayuda mucho a subrayar la idea de personaje fantasmagórico, que a fin de cuentas no es más que un recuerdo idealizado: es por ello por lo que cierta pátina de distanciamiento inicial – como si estuviese varios escalones por encima de Samuel- ayuda tanto a dibujar esa frialdad que fomenta decisivamente la barrera que alimenta el deseo del jardinero. En la amplia curva emocional del personaje, seguramente funcionaría mejor enfocando la escena de la carta desde un punto más íntimo; pero sin embargo emociona en su devastador monólogo final, donde su verdad sale por fin a la luz. En cualquier caso, es una actriz sólida y elegante, a la que nos gustaría ver más en nuestros escenarios. Carmelo Gómez se sube al carro de un personaje complejísimo, porque debe transitar casi sin respiro entre pasado, presente, recuerdo y realidad y generar en el espectador al menos una duda razonable, con todo lo que eso implica a nivel emocional. Al margen de que sea complejo encajar al actor en la edad del personaje, al menos en la edad del pasado –no olvidemos sin embargo que, en esta historia, el tiempo aparece de algún modo congelado en el recuerdo- resulta impresionante el dibujo que realiza equilibrando el deseo ingenuo hacia lo inalcanzable, la dureza de la pérdida y la aceptación de la realidad: a veces es niño desvalido, a veces fiera que defiende su feudo con uñas y dientes, y en todos los perfiles resulta convincente. Hay que ser un gran actor para lograrlo. En su enfrentamiento definitivo con Silvia –cuando por un momento pone las cartas sobre la mesa- saltan chispas entre ambos actores, y asistimos a un momento de grandísimo voltaje teatral; más que suficiente para calibrar el potencial dramático que tenemos en escena.

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Por el calado del texto, por el equilibrio entre poesía, drama y emoción y por la intensidad de las interpretaciones, no cabe duda de que estamos ante un drama de gran calado, de esos que difícilmente dejarán indiferente a nadie. Puede que tamizar algún estallido y gestionar mejor las cortinillas musicales ayuden a redondear un espectáculo que, a pesar de todo, es uno de los más brillantes y emocionantes que haya visto este año: Conejero regresa a la cartelera por la puerta grande. No hay que perdérsela.

H. A.

Nota: 4.25 / 5

 

“Todas las Noches de Un Día”, de Alberto Conejero. Con: Carmelo Gómez y Ana Torrent. Dirección: Luis Luque. PENTACIÓN.

Teatro Bellas Artes, 1 de Diciembre de 2018 (21.30 horas)

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