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‘La Tempestad’, o una cuestión de frescura

julio 4, 2016

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La Tempestad, última pieza teatral de William Shakespeare, es una de esas obras que arrastran la leyenda negra -¿o será mejor decir la ‘leyenda urbana’?- de insondables, inexplicables, inabarcables… Ya saben lo que pienso de eso: toda obra, por compleja que sea, es tan abarcable como la versión, la dirección y la interpretación consigan que sea. Y La Tempestad -que se ha convertido en los últimos años en uno de mis Shakespeares favoritos, puede que solo por detrás de Macbeth y Cuento de Invierno– no solo contiene algunos de los versos más inspirados de toda la producción del bardo de Stanford; sino que además puede verse como una historia mucho más sencilla de comprender de lo que algunos quieren hacernos ver. Y esta fresca y novedosa propuesta de AlmaViva Teatro demuestra justo eso: que se puede ofrecer La Tempestad en una versión fiel y directa, cuya principal misión es la de acercar la obra al público sin traicionar nunca el espíritu del original.

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La presente versión se ofrece en lo que podíamos llamar una puesta en escena ‘inmersiva’, que desplaza a los 38 espectadores por hasta cinco espacios distintos del pequeño teatro La Puerta Estrecha. Así, la acción transcurre en salas -grandes y pequeñas-, halls, escaleras de acceso e incluso patios interiores al aire libre, y se ve alternativamente sentado o de pie, según el emplazamiento. Nada que no se haya hecho antes, pensarán; pero, sin embargo, creo que pocas veces se ha hecho esto en un espacio tan amplio como el de La Puerta Estrecha. El resultado no solo aporta un plus de agilidad a la función, sino que además consigue que los espacios -muy bien aprovechados escenográficamente, porque se usan balcones, ventanas, trampillas y todo tipo de elementos existentes en el teatro- se presten al juego del teatro. Además -en contra de lo que ocurre habitualmente en otras funciones de este formato- la representación rara vez se torna invasiva para con el público; y las pocas veces que esto ocurre -la boda final- está perfectamente justificado en la trama, y el público se entrega sin reservas. Se nota, en cualquier caso, que la dirección de César Barló tiene ideas, sabe cómo emplear el espacio y maneja sin miedo todos los elementos con que cuenta.

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En este juego -en el que se podría decir que el público se desplaza por la isla junto con los personajes- se conjuga una versión muy fiel a Shakespeare y bastante completa -construida a modo de laboratorio entre el director y todos los integrantes de la compañía-: todo lo que se oye es Shakespeare, y, sin embargo, todo suena claro, cercano y actual; con una estética de corte a medio camino entre lo clásico y lo contemporáneo, con guiños claros al universo pop. Así, Ariel es una suerte de ídolo del dance en patines, que bailotea y canturrea conforme avanza la representación -despliegue de inventiva en el vestuario de Karmen Abarca-; Caliban viste un chaleco negro con una inscripción que reza ‘Nunca Máis’ -¿quizás una simpática metáfora de la contaminación de la isla desde la llegada de los extranjeros?-; y el resto de los personajes visten trajes de corte más clásico, resultado una puesta en escena más o menos intemporal que nuevamente acerca la obra al público.

Como decía, César Barló sabe bien lo que se hace, y tiene un control absoluto del ritmo en su puesta en escena, que termina consiguiendo que los particulares espacios sumen al resultado en vez de restar. Es un hallazgo, por ejemplo, escenificar los encuentros de Miranda y Fernando en un espacio al aire libre, con pájaros revoloteando; o lo bien planteado que está todo el último acto -inteligente juego en plano inclinado, con Próspero observando y colgando de una especie de tramoya-; además supera el escollo de tener actores doblando personaje en una misma escena con una agilidad que se ve en pocas puestas en escena. Además, no teme ni a introducir guiños a lo actual -sobre todo en lo musical- ni a arrastrar al público en su juego: para cuando en la escena de la boca, la práctica totalidad del público se levanta sin dudar a bailar y hacer una cola de conga, hemos entendido perfectamente hasta dónde llegan los niveles de complicidad; y esto es algo complicado de conseguir. Todo ello en una obra que arrastra como digo el sambenito de árida e inabarcable; pero que llega en esta versión plena de frescura, directa y cercana, sin que dejemos en ningún momento de escuchar Shakespeare… ¿Quién dijo que La Tempestad era una obra difícil para el público?

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Hay cuestiones de la puesta en escena que se pueden revisar -reconozco que yo no leo así el personaje de Ariel, pero el exceso de su caracterización viene justificado en un interesante detalle final de la dramaturgia; dibujar el exceso de Ariel, pero pasar bastante por alto el componente más abyecto de Calibán, en lo que debería ser un puro ejercicio de contraposición; o que la humanidad inesperada de Próspero a la hora de claudicar podría estar mejor dibujada-, pero el caso es que casi todo lo que se ve acaba teniendo un sentido. Se podría buscar algún efecto que refuerce la tempestad invisible que abre la obra, ofrecer una copa al público en el momento de la boda, puesto que se convertirá en la única escena de corte invasivo; o incluso añadir algún efecto de lluvia aprovechando que hay espacios al aire libre, pero son solo sugerencias que tal vez quedarían bien añadidas a una versión que consigue que el público se vuelque y que sirve una Tempestad tan fiel como para todos los públicos. No es poco elogio.

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Los nueve actores están en su lugar -rara vez se ve un elenco tan amplio que trabaja en la misma dirección-, y los versos del bardo de Stanford están dichos con una frescura y una verdad que alejan la ampulosidad del lenguaje para transmitirlo al público en una versión directa y cercana. Del amplio elenco, hay que destacar a Eva Varela Lasheras, que interpreta a Próspero con humanidad y sinceridad rotundas -no se ha cambiado de sexo al personaje, sencillamente lo interpreta una mujer; pero creo que este hecho ayuda de alguna manera a enfatizar el aspecto en este caso digamos ‘maternal’ que rige la relación entre Próspero y Miranda. También José Gonçalo Pais sale airoso de la difícil caracterización que se le ha planteado al personaje de Ariel: podría haber quedado en un histrión, pero Pais lo expone con una convicción arrolladora que hace que se acabe llevando la función de calle. También la Miranda de Miriam Cano es una Miranda que irradia luz y esa frescura que es marca de la casa en esta versión. Sin menospreciar a nadie, también hay que destacar a Sayo Almeida y Rafa Núñez, que se desdoblan en conspiradores y borrachuzos en una carambola que deja hilarantes escenas para el recuerdo en dos interpretaciones que demuestran que no hay papeles pequeños. Completan el elenco Roberto González, Pablo Huetos, Emilio Lorente y Javi Rodenas y hay que nombrar a todos; porque todos suman al buen resultado final.

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Como digo, esta Tempestad es un triunfo, por la originalidad de la propuesta; por la frescura con la que se dice el texto y por demostrar que una obra tachada de incomprensible puede acercarse a cualquier público -en mi función había hasta un par de niños…- sin perder ni un ápice de su esencia misma: una esencia que, insisto -y en esta versión queda sobradamente probado- es mucho más sencilla de lo que nos han contado. Merece la pena acercarse a verla, incluso más allá de la mera curiosidad.

H. A.

Nota: 4/5

La Tempestad”, de William Shakespeare. Con: Eva Varela Lasheras, Javi Rodenas, José Gonçalo Pais, Miriam Cano, Roberto González, Sayo Almeida, Rafa Núñez, Pablo Huetos y Emilio Lorente. Dirección: César Barló. ALMAVIVA TEATRO / COMPAÑÍA LA PUERTA ESTRECHA

La Puerta Estrecha, 26 de Junio de 2016 (20.30 horas)

3 comentarios leave one →
  1. julio 4, 2016 16:26

    … e neste caso, máis que outras veces

    • julio 4, 2016 16:29

      Viches esta versión? Volven despois de verán, eu se fose ti, pasaríame a botarlle unha ollada. Vaite gustar…

      • agosto 15, 2016 08:06

        Vina, vina! Por iso che escribín, creo que é a primeira vez que me cadra ver un espectáculo antes de que escribas sobre él.

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