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‘Hamlet’, o ¿ya no huele a podrido en Dinamarca?

febrero 26, 2016

 

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Si cualquier nueva versión de un clásico que presente Kamikaze Producciones con Miguel del Arco al frente siempre suscita una grandísima expectación y huele a pelotazo garantizado, imagínense el nivel de curiosidad que había cuando se supo que esta vez el director madrileño se decidía nada menos que por un título icónico como es Hamlet, y en la Compañía Nacional de Teatro Clásico –que rara vez presenta obras que no sean de autor español-. Triple salto mortal, todo vendido para mes y medio de funciones en Madrid desde varios días del estreno y montaje destinado a ser el pelotazo del año. Y qué quieren que les diga: hay opiniones para todos los gustos –y en mi función llovieron los bravos-, pero personalmente a mí esta vez –creo que es la primera vez que me ocurre algo así con Del Arco- el espectáculo me dejó frío como resultado, y creo que se han tomado algunas decisiones erráticas de enfoque y tratamiento del texto, que dejan en una función que se deja ver lo que debería haber sido un montaje memorable.

El principal problema de montar Hamlet seguramente sea conseguir tener algo nuevo que contar sobre la obra; algo que justifique montar otra vez Hamlet –que en Madrid se ha montado al menos cinco veces en los últimos diez años: Lluis Pasqual (2006), Juan Diego Botto (2008), Tomaz Pandur (2010), Will Keen (2012) y Miguel del Arco (2016)-. Y este es en mi opinión uno de los grandes errores de esta propuesta: este Hamlet se ve con agrado, pero no aporta nada realmente nuevo a la obra ni a sus niveles de lectura; al menos nada nuevo que resulte verdaderamente brillante.

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Por otra parte, hay que reseñar el propio Del Arco confiesa que encontró tantas traducciones de la obra que acabó recurriendo al texto en inglés: la versión que presenta Del Arco –condensada en algo menos de tres horas que se ofrecen sin pausa- se plantea como un estado mental del príncipe Hamlet antes de morir, que abre y cierrra la obra entre espasmos y sudores fríos; como si todo formase parte de una pesadilla o todo fuese un largo flashback dentro de su cabeza. Bien, puedo comprar la idea; pero el problema es que no está lo suficientemente desarrollada más allá del prólogo y el epílogo: quiero decir, si ese es el lugar desde el que Del Arco quiere contar la historia –la pesadilla, el recuerdo-, esto debería funcionar como hilo conductor durante toda la función, y no ir y venir cuando resulta recurrente que así sea… El resultado acaba convirtiendo lo que podría ser una idea interesante en un capricho estético que se queda en anécdota y no va a ninguna parte.

Por otra parte, se han tomado decisiones discutibles a la hora de cortar el texto –hay escenas emblemáticas, como la primera con la celebérrima frase “algo huele a podrido en Dinamarca”, que han desaparecido; y otras, como algunos de los monólogos de Hamlet, que se han recortado tanto que pierden por el camino frases emblemáticas del original-: pero esto lo puedo llegar a asumir… Más serios son los desequilibrios a la hora de tratar el texto, de encontrarle un tono, un balanceo equilibrado entre la poesía shakesperiana y lo que se ve en escena: ya no solo porque considere que hay errores de traducción de bulto –que alguno hay-, sino porque hay términos que hacen saltar todos los pilotos automáticos –el “guapérrima” que Hamlet llama a Ofelia varias veces es un palabro horrible que chirría tanto en tiempos de Shakespeare como hoy-, sino porque el tono mismo de algunas escenas es errático –convertir a Ofelia en una reggaetonera en la escena de la locura es una concesión difícil de justificar, que desemboca en un anticlímax que acaba despertando la hilaridad del respetable: si el resultado de esta escena, puntal dramático, causa una carcajada general, quizás debería revisarse; pero convertir la escena de los enterradores en una suerte de sketch del dúo Sacapuntas es algo que está completamente fuera de lugar y va contra los deseos de Shakespeare…-. Hay cosas más generalizadas pero que también causan perplejidad –sé que Hamlet es un estudiante universitario, pero si está interpretado por un actor de 50 años sería conveniente, puestos a podar el texto, eliminar cualquier referencia a que abandone sus estudios…-. En fin, duele decirlo –porque Miguel del Arco es un hombre que ya ha demostrado varias veces que sabe de teatro-, pero creo que la versión, el acercamiento al texto, es uno de los mayores lastres de este montaje; porque una parte de la esencia de Hamlet se pierde por el camino. Pero, sobre todo, ¿hacia dónde nos llevan exactamente todas estas concesiones con el original? Creo que en este punto está una de las claves.

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El montaje que dirige Del Arco –basado en un sencillo juego de cortinajes y una cama omnipresente, que sirve para recrear todos los espacios; y que solo se modificará con un juego estéticamente brillante en la escena del cementerio: escenografía de Eduardo Moreno muy bien iluminada por Juanjo Llorens- es funcional y agradable de ver, sencillo –el propio Del Arco ha declarado que está pensado para que pueda girar-, pero está alejado de la genialidad de otras propuestas suyas: hay ecos claros de grandes genios de la escena –imágenes e ideas que recuerdan a Bob Wilson, a Thomas Ostermeier, e incluso a Tomaz Pandur- e ideas más o menos audaces y que funcionan – explorar la relación sexual entre Hamlet y Ofelia como algo que existe y funciona bien, ver a Hamlet padre como un gemelo de Claudio, la escena de la representación teatral o la resolución del entierro de Ofela-, pero la sensación generalizada es la de que aún siendo buenas ideas, ya las hemos visto antes en otros montajes de Hamlet… Hay también anacronismos inexplicables –¿qué significa esa proyección de una vista de la Gran Vía en una de las escenas?-. En fin, es limpio, ordenado y no patina salvo en cosas puntuales; pero, por una vez, está lejos de esa genialidad tan suya a la que nos tenía acostumbrados. Hay que conceder, eso sí, una cosa: el duelo de esgrima final entre Hamlet y Laertes es uno de los mejor ejecutados y planteados que haya visto en teatro en mucho, mucho tiempo.

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En líneas generales, el reparto es excelente; y es gracias al reparto que se hacen más llevaderas las 2 horas 50 minutos del tirón que dura el espectáculo. El Hamlet de Israel Elejalde –que no está ni remotamente en edad para el personaje, pero ¿qué actor lo está en otras producciones?- es un admirable festival de organicidad y un derroche físico, en una propuesta escénica que no le deja respiro: por formas y por tono, por cómo dibuja los diferentes estados del personaje, es un actor grandioso una vez más, y seguramente sea la gran razón para ver esta versión; es un gran Hamlet que podría mejorar si suavizase un poco el tono de algunas réplicas en la escena de la representación teatral. A Daniel Freire le ha salido un Claudio que a veces bordea peligrosamente el villano de grand-guignol: es un malo demasiado evidente, cuando debería ser un embaucador; además –y esto hay que decirlo- no consigue despojarse de un acento argentino que le juega malas pasadas cuando intenta neutralizarlo –no tengo ningún problema en asumir que solo un actor del conjunto trabaje con acento marcadamente argentino como convención, pero o todo el tiempo con él o todo el tiempo sin él, no a veces sí y otras no como ocurre aquí…-. Admirable trabajo de Ángela Cremonte en Ofelia, primero porque ha de pelear con una concepción del rol que plantea a una Ofelia desquiciada desde el segundo uno; y segundo porque sale viva de la escena del reggaeton, que es una papeleta tremenda para cualquier actriz por cómo está planteada: y va la Cremonte y puede con lo que le echen… Siento que después de esto, es capaz de hacer cualquier cosa. El enfoque del personaje no siempre lo comparto, pero sería mentir no reconocer que ella pone toda la carne en el asador. Ana Wagener en Gertrudis –sustituyendo a la prevista Carmen Machi- solo consigue brillar en su hermoso relato de la muerte de Ofelia –seguramente la escena mejor dicha de todo el montaje-, y ya ha que proponérselo para que este pedazo de actriz tarde dos horas en empezar a brillar… Muy destacable y muy shakesperiano el Horatio de Jorge Kent –que se come después el marronazo de la escena de los enterradores, junto a José Luis Martínez; y vuelve a destacar como Guildestern junto al Rosencratz de Cristóbal Suárez- mientras que siento que Cristóbal Suárez y José Luis Martínez se quedan esta vez en las antípodas de lo que deberían ser Laertes y Polonio: los personajes no van por ahí.

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En fin, hay opiniones para todos los gustos y está todo vendido desde antes del estreno; pero en mi humilde opinión este Hamlet dista de ser memorable, y se queda en un espectáculo agradable salvado sobre todo por la brillantez del elenco actoral. El acercamiento a la obra es bastante discutible, una parte del clásico se queda por el camino –aquí ya no huele a podrido en Dinamarca- y, sobre todo –lo diré una vez más- no aporta nada nuevo. Y a Miguel del Arco hay que pedirle la excelencia, porque sabemos que nos la puede dar; pero no se puede acertar siempre. No es, ni mucho menos, un desastre, pero personalmente esperaba mucho –pero mucho- más viniendo de quien viene.

H. A.

Nota: 3/5

 

“Hamlet”, de William Shakespeare. Con: Israel Elejalde, Daniel Freire, Ángela Cremonte, Ana Wagener, Jorge Kent, Cristóbal Suárez y José Luis Martínez. Versión y dirección: Miguel del Arco. KAMIKAZE PRODUCCIONES / COMPAÑÍA NACIONAL DE TEATRO CLÁSICO

Teatro de la Comedia, 21 de Febrero de 2016

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