‘Obscenum’, o el fondo y la forma (sugerir o mostrar)
Durante los últimos dos años ha aflorado en Madrid una curiosa corriente de teatro erótico que empezó como una anécdota, pero cada vez se convierte más en una realidad: ahí están Voyeur, El Casting (para mayores de 18 años) y ahora esta Obscenum; todas con una vida más o menos larga en la cartelera y una inusitada aceptación por parte del público y la crítica, que permiten hablar como digo de un teatro erótico como género en el que hay oferta suficiente como para escoger. El teatro erótico en la capital es pues más una realidad que una mera curiosidad.
Casi cuatro meses lleva Obscenum –texto de José Cruz y música de Diego Domínguez, con dirección escénica de este último- ocupando las sesiones golfas del Teatro Galileo, en una curiosa mezcla de musical de estética decididamente ochentera con teatro social que entronca decididamente con los estudios de (trans)género y que toma el mundo de las relaciones emocionales contadas a través del sexo –el sexo como necesidad, el sexo como vía de escape, el sexo como seña de identidad e incluso el sexo como medio de comunicación- como escaparate para dibujar una trama en la que caben temas mucho más densos, como la droga o la bulimia. Un drama generacional disfrazado de comedia musical en el que se podría decir que el cuerpo es un elemento narrativo más; una trama que apunta temas ciertamente interesantes –un mejunje entre las primeras películas de Almodovar y la icónica Perdona Bonita, pero Lucas me quería a mí, de Ayuso y Sabroso-; pero que quizás pierda gran parte de su fuelle al dejar en segundo plano una trama que podría haber dado mucho más juego del que da para centrarse en crear un ambiente, una temperatura y una estética que terminan alzándose como señas de identidad del montaje.
Efe, un fotógrafo erótico, es incapaz de superar la ruptura con su amante y musa –Eme, una chica más joven que él a la que conoce por casualidad y con la que tiene una relación tórrida hasta que ella le da la patada; como ya le había anunciado desde un primer momento que acabaría ocurriendo…-; y, en su camino hacia la recuperación de su identidad, entra en contacto con un actor porno que ejerce de chapero en sus ratos libres, una ama de casa que busca salir de la monotonía de su vida diaria recurriendo al sexo; y Junior, una antigua amiga de Eme que defiende una visión global del mundo del género, puesto que es mujer pero habla, se siente y se comporta como un hombre. Al entablar relaciones con estos tres personajes, nuestro fotógrafo intentará pasar página entrando en una vorágine sexual en la que lo único que consigue es proyectar una y otra vez la imagen de la chica que lo abandonó, mientras se lanza –junto con el resto de los personajes- al abismo; en un mundo en el que las drogas, al alcohol y la promiscuidad actúan como armas para combatir la soledad o los conflictos identitarios de unos personajes que se buscan desesperadamente sin conseguir encontrarse.
Vamos por partes. No creo que a estas alturas, reincidir en el mundo del sexo y/o los desnudos –ambos amplios y abundantes en esta función- vaya ya a escandalizar a nadie; y encuentro que el texto de José Cruz apunta algunas cuestiones interesantes –espinosas, sí; pero interesantes- sobre el mundo del sexo como herramienta socio-comunicativa emocional. Con las premisas que plantea, bien se habría podido contar un drama descarnado del copón, porque casi todos los personajes son unos minusválidos emocionales de primer nivel, empujados a un abismo por el que bien podrían despeñarse. Hay material, sin duda; pero Cruz se queda a medias al convertir algo tan serio en una comedia salpicada de canciones pop, en el que se espera un giro decididamente dramático que, sin embargo, nunca llega…, porque aquí se ha optado por contar la historia como un a comedia con canciones. Ese es otro tema: siento que falta incrustar debidamente las canciones que ha escrito Diego Domínguez en la trama argumental –esto es, que tenga un sentido dramático más que puramente estético el que los personajes empiecen a cantar en un momento dado-, pero este hándicap tal vez sea asunto mío; me ha ocurrido lo mismo en otros montajes. El resultado es una obra que encaja muy bien en la atmósfera de una sesión golfa de sábado, y que deja temas espinosos apuntados en una estética en la que el burlesque, el cabaret, la movida madrileña ochentera y la atmósfera de la sensualidad –ojo: de la sensualidad; pero nunca o casi nunca de la pornografía, no nos volvamos locos…-, que conecta con el público y que se ve con agrado dentro de esa atmósfera de sesión de noche –no imagino esta función un domingo a las 20.30, como se ha hecho algunas veces…-; pero que podría profundizar mucho más en una trama dramática que apunta cuestiones muy interesantes que, sin embargo, no llegan a desarrollarse como a mí me gustaría.
Dentro de lo que es –y tengo la sensación de que este espectáculo está pensado y creado como producto para estar justo donde está- hay voluntad de agradar en la puesta en escena que firma Diego Domínguez –créanme que se ceba mucho menos de lo que podría en las escenas eróticas-, sacando lo mejor de un equipo multidisciplinar –actúan, cantan, tocan varios instrumentos y se exponen ante el público, mientras pasean por algunas escenas que tienen un poso emocional bastante más complejo de lo que pueda parecer a primera vista- que se entrega a un trabajo extenuante. Puede que la estética del montaje de Domínguez ya se haya visto antes -¿cómo no pensar en los trabajos de Metatarso Teatro por ejemplo?- y que en ocasiones bordee peligrosamente el feísmo; pero es perfectamente válido para este tipo de historia: curiosamente son las escenas burlescas –las más situadas en la atmósfera del cabaret- las que acaban dando más juego que las dramáticas. Habría que intentar que las fotografías proyectadas –fundamentales en la trama dado que el protagonista es fotógrafo- fuesen realizadas en directo –sí, ya sé que es un plus de complejidad técnica, pero creo que ayudaría en el resultado final-; y seguramente algunas opciones estéticas den más juego en un escenario que permita una mayor profundidad.
Los cinco intérpretes han de verse como verdaderos kamikazes del escenario, dispuestos a todo y capaces de todo por sacar el espectáculo adelante, y en esa entrega actoral que nadie puede discutir reside gran parte del interés de la propuesta: todos merecen el aplauso y el respeto; y todos sirven, si bien hay que hablar necesariamente de Borja Flöu como un extraño talento orgánico y carismático, de esos en los que resulta complicado vislumbrar dónde empieza el actor y acaba el personaje; del talento actoral que se intuye en la verdad con la que Paula Ruiz –mejor actriz que cantante- expone el personaje más duro y árido de todos: la desnudez es algo meramente anecdótico cuando la intérprete tiene personalidad. Alda Lozano es Almodovar de los ochenta, puro y duro; y me hubiera gustado un mayor desarrollo del personaje de Manuela Morales, que promete en el arranque pero se va diluyendo con el devenir de los acontecimientos –la falta de desarrollo de este personaje que da casi para función propia es una de esas debilidades de escritura que apuntaba más arriba-. Ignoro si es porque está sustituyendo al actor anunciado, pero vi algo menos integrado en el conjunto a David Díaz como el fotógrafo protagonista.
En Obscenum tenemos pues un producto que sabe bien hacia quién y hacia dónde va; pero que creo que acertaría más de pleno si dejase a un lado una parte de su estética para centrarse más decididamente en una trama que se promete interesante pero se acaba quedando un poco a medio cocinar: los cuerpos, sí, se muestran; la trama –que también debería mostrarse-, sin embargo, a veces siento que solo se sugiere: diría que la entrega actoral está por encima del espectáculo en sí mismo. Por supuesto, los desnudos integrales acaban quedando en mera anécdota.
H. A.
Nota: 2.75 / 5
“Obscenum”, de José Cruz. Canciones de Diego Domínguez. Con: David Díaz, Borja Flöu, Paula Ruiz, Alda Lozano y Manuela Morales. Dirección: Diego Domínguez.
Teatro Galileo, 20 de Febrero de 2016 (22.30 horas)