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‘Autorretrato de un Joven Capitalista Español’, o los peligros de las fronteras de la teatralidad

octubre 13, 2013

No cabe la menor duda de que Alberto San Juan, guste más o menos como intérprete, es una figura muy reseñable del teatro moderno español; tanto por su implicación en una compañía referencial como Animalario –de la que es miembro fundador y con la que apareció en montajes fundamentales de la historia reciente como Hamelin, Urtain o Tito Andrónico– como por su labor como actor y creador –recuérdese aquella libertina pero brillante y eficaz versión del clásico de Goldoni rebautizada Argelino, servidor de dos amos, que él mismo escribió-. Es un personaje con la capacidad de llenar un auditorio –llena el pequeño Forum Metropolitano por completo cuando otros montajes brillantes de compañías pequeñas que ya hemos comentado aquí se las ven y se las desean para atraer público-, y es capaz de remover al respetable, metiéndoselo en el bolsillo. Hay un público que le conoce y le quiere. De eso no hay duda.

Ahora, con Autorretrato de un Joven Capitalista Español -es que ya el título tiene tela…- propone un show unipersonal que un servidor no sabe muy bien dónde situar a nivel genérico: partiendo de la experiencia de su propia vida, San Juan –el actor, la persona, nunca un personaje- aprovecha para trazar una especie de radiografía –obviamente pesimista, porque no podría ser de otro modo- de la situación de la España actual, apoyada en una cierta base teórica que abarca textos políticos, filosóficos e históricos desde la Dictadura franquista hasta nuestros días; con amplios tintes de denuncia política y tono a medio camino entre la reflexión y el deseo de aleccionar que podrá compartirse o no, pero está indudablemente ahí. Más allá de tres o cuatro gracietas, no pretende ser estrictamente un monólogo cómico –y quizás ni siquiera pretenda ser un monólogo teatral, porque no hay “personaje” al uso-, y, en este sentido, su teatralidad es más que discutible: cuesta decidir si estamos viendo una pieza teatral, un monólogo, un debate unipersonal, una autoentervista, un esbozo de conferencia, o un experimento -que no diría «teatro experimental», porque eso es otra cosa- que engloba todos estos géneros.

Partiendo de que el formato es sinceramente extrañísimo –y que lo que se dice podrá compartirse más o menos, pero no está exento de tópicos y quizás de algunas valoraciones personales discutibles en las que no veo procedente entrar aquí- no deja de resultar sorprendente esa sensación de falta de preparación, de improvisación constante y no siempre controlada: dos horas en las que Alberto San Juan da datos y más datos –muchas citas de discursos, libros y demás: eso sí, que se vea que se ha documentado bien…-, sin un orden claro, sin una cohesión, con la sensación de que no hay un texto fijado ni aprendido, ni nada que se le parezca.

 Hay tiempo para hablar de sus últimos personajes, de tiempos mejores económica y laboralmente, de cuando había más trabajo, de la difícil situación con su pareja… también para censurar cualquier tipo de gobierno –parece ir contra absolutamente todo y contra absolutamente todos, aunque luego afirme ser «un cagado»…-, para contar intimidades onanistas de su niñez y juventud que posiblemente importen bien poco al personal… pero la manera en que el actor se traba, da la espalda al público, lee el texto, va y vuelve y vuelve a ir… deja una sensación de no saber de qué va exactamente la cosa. En un momento del espectáculo, San Juan enumera los múltiples proyectos en los que ha estado o está implicado recientemente al mismo tiempo: una zarzuela barroca –Viento (es la Dicha de Amor) en el Teatro de la Zarzuela- una serie de televisión –la precuela de Gran Reserva, recientemente cancelada, un recital poético y este monólogo… Tantas cosas juntas parecen haber dejado que Alberto San Juan descuide esta propuesta, que –a pesar de llevar seis meses paseándose por la geografía española, según él mismo indica- se ve todavía como un work in progress, muy a medio cocinar. E insisto, no hablo de las cosas que dice, sino de una mera cuestión de preparación, organización y cohesión del discurso, manifiestamente mejorables.

Claro que todo esto tiene otra posible lectura: podemos tener buena fe y pensar que Alberto San Juan es un as de la improvisación -aunque confiese en un momento que «esto no es una pausa dramática, lo hago porque aún no me he aprendido el texto»- o que todo está perfectamente preparado al milímetro y nos está engañando cada vez que se traba, confiesa no saberse el texto, insiste en que lo que está haciendo no es teatro al uso o le entra la risa y debe detenerse. Pero no es esa la impresión que nos da: cuesta creer que, sencillamente, no haya un poco de dejadez en esta propuesta. Y de acuerdo con que San Juan quiera llamar a la reflexión, pero estas carencias estructurales dificultan aún más el hecho de que alguien que quiera quiera pueda reflexionar y procesar la información que se le está ofreciendo sin cesar.

Debo reafirmarme en dos ideas básicas que justifican estas líneas: una mi incapacidad de encuadrar esto en un género teatral concreto –incluso mi incapacidad para decidir si es una propuesta teatral o no, porque si realmente existe una frontera entre lo que es teatro y lo que no lo es, creo que este espectáculo la sobrepasa-, y otra lo desmesurado de la duración: podrá gustar más o menos lo que cuenta y cómo lo cuenta, pero dos horas es mucho tiempo para lo que nos tiene que contar, y mantener la atención durante todo el espectáculo es prácticamente imposible -yo confieso haberme dispersado en un par de ocasiones…-; quizá la mitad del tiempo hubiese llegado para contar algo que, a estas alturas del partido, ya todos sabemos: que España no va bien y que posiblemente no haya por dónde cogerla. Pero ni a España ni a esta extraña propuesta que por momentos bordea en el mitin político, bajo premisas afortunadamente amigables e inofensivas -aunque a veces también un punto panfletarias-.

El respeto hacia Alberto San Juan como intérprete y como creador es indudable, y es algo que quisiera dejar claro: pero no creo que deba entrar aquí a juzgar ni al intérprete ni al autor. Si acaso sí podemos juzgar al showman, y en este sentido hay un trabajo sobresaliente, porque consigue que el auditorio le siga durante este viaje de dos horas, y acabe aplaudiendo con fuerza una propuesta que a mí, sinceramente, me ha dejado bastante descolocado, porque directamente no tengo claro qué tipo de producto se me está ofreciendo. Es por ello que eludo –conscientemente- el apartado de la calificación. Ahora bien, me cuesta entenderlo como un “acto teatral”, y desde luego requiere una mayor preparación estructural bajo cualquier punto de vista. Lo que sí es cierto es que se han visto espectáculos unipersonales más o menos semejantes pero bastante más “teatrales”, y bastante más eficaces. Esperemos que cuando regrese lo haga con un texto teatral al uso…

H. A.

 

“Autorretrato de un Joven Capitalista Español”. Idea, dirección e interpretación: Alberto San Juan.

Forum Metropolitano (A Coruña), 11 de Octubre de 2013

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