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‘4,2’, o fingir contra la fragilidad

enero 18, 2018

4,2 cartel

Presenta la compañía Viviseccionados 4,2, una curiosa pieza a medio camino entre el teatro de texto y el teatro posdramatico –sí, el diálogo entre ambas corrientes es posible- de tintes posiblemente autobiográficos y escrita por José Andrés López; en la que se aborda un estudio sobre cómo las experiencias traumáticas de nuestro pasado pueden determinar nuestro presente, nuestro futuro e incluso el de quienes nos rodean a través de dos focos de acción: la influencia del núcleo familiar y la de la educación escolar.

Desde un presente que aclara la naturaleza ficcional –todo lo que vamos a ver son actores que representan roles- el personaje principal –claramente el autor, y no sólo por la coincidencia con los nombres- retrocede hasta “mi infancia, mi malformación heredada, mi primera guerra que arrastraré de por vida”. En oscuro riguroso aguardan sus padres, ante una mesa que preside un enorme retrato; y en penumbra la escuela que cobrará protagonismo más adelante. Desde este punto, el autor plantea una serie de cuadros más o menos inconexos que, sin embargo, tienen en común la naturaleza de mostrar la fragilidad de unos seres que son incapaces ya no sólo de amarse, sino de proyectar ese amor y ese cariño en los demás a pesar de que luchen por seguir adelante como si nada pasase, con la mayor naturalidad que alcanzan a conseguir. Es el universo de Jose, del pequeño Joselito: una vida en la que aparecen padres que mantienen la compostura pero que llegan a vomitar cuando su hijo les pide que se besen para demostrar algo de afecto – seguramente porque, rechazados por aquellos a quienes ellos amaban, han tenido que conformarse con lo que estaba a mano-, madres con un enfermizo síndrome de Electra, vecinas empeñadas en ver la paja en el ojo ajeno y esforzándose por afirmar que todo va bien en una vida seguro que tan vacía como las de aquellos que critican, alumnos sometidos a la Dictadura del director –en el más ,morboso sentido del término- y golpeados por las enseñanzas de los colegios católicos de pago, alumnos de Arte Dramático que exponen las miserias necesarias si uno quiere hacer carrera, enfermos señalados y rechazados por la comunidad por excluirse del paradigma de ‘lo normal’, mujeres luchando contra la soledad con un grito ahogado en llanto o niñas enfrentadas a su primer rechazo sentimental; por el que posiblemente queden marcadas de por vida. Pequeños personajes sin continuidad; pero mostrando rasguños, heridas y decepciones que marcan lo que hoy son y lo que van a ser desde una poética muy particular que transita en un abrir y cerrar de ojos entre el esperpento más afilado y el más sincero lirismo.

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Asume el personaje principal que ha sido esa infancia –como hemos dicho, esa infancia corrupta, plagada de pequeños momentos oscuros y seres rotos y huecos- la que ha configurado lo que es hoy; y que debe retroceder a esa infancia para entender aquello que ahora es. Y, sin embargo, decir que 4,2 –cuyo título hace referencia a una calificación que recibió el autor en su momento en un proyecto de Arte Dramático- se limita a explorar los traumas del protagonista sería delimitar mucho la función; porque realmente son los traumas de aquellos personajes que rodean a Joselito los que terminan de armar todo el entramado. A fin de cuentas, 4,2 se ocupa de aquello que todos llevamos bajo la máscara; de lo que hay detrás de las apariencias, y de cómo seguramente la persona que tengamos enfrente esté tan golpeada como nosotros. Pero también de la incapacidad no sólo de expresarnos, sino también –y hasta puede que sobre todo- de escuchar al otro. La enseñanza que nos llevamos de 4,2 es, de hecho, la de la necesidad de hablar para evitar convertirnos en una copia de aquello que nos ha hecho ser algo que no nos gusta; por más que paradójicamente y de forma casi irónica, el padre de Joselito afirme en un momento de la función que “el dolor no desaparece cuando se saca”. Pero el tema central de 4,2 es, a fin de cuentas, algo tan cotidiano como la fragilidad humana – y los torpes intentos por combatirla-. Por lo tanto, es difícil salir de ver 4,2 sin la sensación de que – de una forma u otra- habla un poco de todos nosotros, incluso sin la necesidad de haber pasado por ninguna de las cuestiones que se plantean: esa es otra de las claves para conectar con el público.

Russafa Escenica 2016 - B03 4,2 VIVISECCIONADOS

El estilo de escritura de José Andrés López –que ha coescrito algunas escenas a cuatro manos- tiene, como digo, la particularidad de abordar un asunto como el dolor y el desprecio –el desprecio por uno mismo, el desprecio por el otro, el desprecio por el cuerpo…- desde un estilo que es una constante ruptura entre farsa esperpéntica y arrebato lírico. Es un acierto, por una parte porque consigue provocar constantemente los sentidos del espectador en su naturaleza fragmentaria –a un momento conscientemente grotesco e hilarante puede seguir otro íntimo y doloroso, sin apenas solución de continuidad- hasta ponerlo en jaque; de manera que la mezcla es tan explosiva como equilibrada. Hay momentos de un esperpentismo – y también cierta crítica a según qué gremios- verdaderamente desternillante seguidos de instantes de íntimo lirismo. El arranque, por ejemplo –una estampa familiar grotesca con tintes de absurdo, por momentos al borde de un extraño sainete- nos coloca en una situación de cierta comodidad que enseguida se ve diluida por ciertos momentos íntimos –muchas veces servidos en un tú a tú con el público- en los que aflora toda la sensibilidad del dolor más hondo. La mezcla es arriesgada – pero por lo tanto también valiente-; y hasta resulta inesperado encontrar ciertas reflexiones de considerable hondura emocional y altos vuelos poéticos – y créanme que hay monólogos de fuerza incuestionable- en una función que inicialmente parece que irá por otros derroteros. Esto podría haberse convertido en una disonancia inconexa, pero sin embargo lo que hace al encajar es mostrarnos a una voz con la personalidad suficiente como para tener algo que decir: esto acaba siendo mucho más que una mera pataleta autobiográfica. Así, es difícil – y hasta creo que sería erróneo- encuadrar 4,2 –donde además de esta miscelánea de tono conviven acciones performativas o cánticos de colegio- en un único género concreto- en un único género; y en este sentido la manera en que lo performativo y lo textual conviven en equilibrio – en este sentido, hay algo de esta función que recuerda vagamente a las sensaciones que nos dejaba Yogur / Piano; si bien puede que esta no sea tan redonda como lo era aquella de la misma manera que esta tiene la virtud de jugar con un esperpento que aquella ni se planteaba- es un valor muy a tener en cuenta. Al tratarse de un espectáculo hasta cierto punto fragmentario puede que no todas las secuencias funcionen igual de bien; pero hay algunas que llegan al espectador como un tiro –pienso en la diez y la once, que versan sobre el vacío de agarrarse a lo utópico o las distintas formas de entender el amor y el desamor y son de una potencia textual que golpea-; y la mezcla estilística es, como mínimo, valiente.

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En un texto que se dirige varias veces al público de forma directa, creo que – a pesar de lo conciso de una puesta en escena que firma el autor, apoyada sobre todo en una variada iluminación de Antiel Jiménez, puede que a veces cegadora en exceso sin demasiada necesidad- el espacio de Nave 73 no termina de beneficiar la recepción de un espectáculo que pide a gritos la inmediatez, que el público no pueda huir de aquello que está viendo. Incluso en una sala de estas características, la distancia entre público y escena es demasiada, y que la propuesta escénica ganaría de no existir ningún tipo de límite entre público y escena –como se ha planteado el montaje ocasionalmente en otros espacios-. Por estructura e intensidad, 4,2 pide a gritos integrar al público en el espacio; de la misma manera que el ritmo ganaría más si se encadenasen las escenas evitando fundidos y cualquier tipo de respiro que le dé al público ocasión de asimilar que estamos pasando de un un lugar a otro –y, sobre todo, de un tono a otro-: puesto que gran parte del atractivo de 4,2 reside en lo imprevisible de lo que sigue, sería más efectivo –aún- no dar ni un instante de respiro; incluso a riesgo de perder ciertos juegos poéticos. Además, y dado que hay alguna imagen de gran fuerza – la silla incendiada, por ejemplo- no estaría de más una mayor apuesta por lo performativo en según qué momentos.

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Lo primero que se debe destacar del elenco es su capacidad para asumir con naturalidad un espectáculo que le obliga a jugar con varios géneros, tonos y códigos en un espectáculo que exige además una implicación emocional importante. Es en ese balanceo donde todos encuentran sus mejores momentos. José Andrés López, además de escribir y dirigir, asume el rol protagonista –el suyo- y la papeleta de construir el que probablemente sea el personaje más sincero, más en la esfera de lo real, de entre cuantos pueblan esta historia. También dice mucho de él su generosidad a la hora de ceder los que seguramente sean los momentos de mayor lucimiento interpretativo a sus tres compañeros. Paloma García-Consuegra pasa con comodidad del sainete al desgarro –y no es fácil mostrar el desgarro de una niña pequeña que se expresa casi como una adulta-; además de entregarse hasta el paroxismo a una escena compleja –porque casi bordea lo escatológico- que comparte con Carlos Grobe que un padre casi de corte berlanguiano en las primeras escenas. A Irene Domínguez, por su parte, tras pequeñas intervenciones casi episódicas, se le regala un momento absolutamente memorable de intimidad total con el público –a lágrima viva y de una tensión dramática que consigue traspasar las butacas-, que ella sabe bien cómo aprovechar.

En fin, 4,2 es, ante todo, una propuesta valiente que difícilmente dejará indiferente a nadie. Puede que, de algún modo, sienta que el texto está ahora mismo por encima de la puesta en escena – que, como ya he comentado, seguramente ganará integrando completamente al público y jugando con mayor decisión con él: esto se puede revisar fácilmente-; pero no se le pueden negar ni un elenco entregado, ni un estilo interesante por lo imprevisible ni un texto con el suficiente calado para arañar, sino en todos, sí en según qué momentos. No es moco de pavo, desde luego.

H. A.

Nota: 3.5 / 5

4,2”, de José Andrés López (coescrita con Virginia Rota y Carlos Gorbe). Con: José Andrés López, Carlos Gorbe, Paloma García-Consuegra e Irene Domínguez. Dirección: José Andrés López. VIVISECCIONADOS.

Nave 73, 10 de Enero de 2017

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