‘Criaturas Domésticas’, o pobres chicas las que tienen que servir
Por extraño que parezca, en estos tiempos inciertos hay propuestas nacidas de la necesidad. De la necesidad de crear, de la necesidad de ofrecer nuevos vehículos de diálogo entre público y artistas y de la necesidad de demostrar que el teatro sigue vivo a pesar de las pandemias y con mucho que decir. Como a veces la inteligencia es hacer de la necesidad virtud, Lucía Trentini se lió la manta a la cabeza y se lanzó a preparar durante el confinamiento –ensayando a través de zoom- Criaturas Domésticas, una versión gamberra y libertina –que no libre- de Las Criadas de Genet, que ronda los 50 minutos de duración. Al carro se subieron con ella Gloria Albalate y Begoña Caparrós y, una vez iniciada la nueva normalidad, buscaron dónde representar tan particular espectáculo. Fue Caparrós quien encontró el Hostel Bastardo –situado en la madrileña calle de San Mateo, y por supuesto cerrado indefinidamente a causa de la pandemia- y, tras consultar con sus dueños, se les ofreció examinar todo el espacio para decidir dónde podrían llevar a cabo la función. Cuentan las actrices que, a pesar de que podrían haber actuado en cualquier rincón del pintoresco lugar, fue en las cocinas donde tuvieron el flechazo que les hizo entender que ese debía ser su lugar. Y así es como nace Criaturas Domésticas que, en un Madrid cerrado y sediento de teatro, se ofreció de martes a domingo del mes de julio para tan solo seis espectadores por función –enmascarados, claro- en las cocinas de un hostel de diseño. Y, más allá de ser una experiencia teatral nacida de la necesidad, lo cierto es que, en el extrañamiento que produce, Criaturas Domésticas es una experiencia llena de encanto por la que hay que pasar.
Durante 50 minutos, seis espectadores acompañamos a tres criadas que permanecen atrapadas por una maldición en una especie del limbo del tiempo, tras ejecutar un plan que no salió del todo bien. Ahora, condenadas a limpiar eternamente –ya saben “pobre chica la que tiene que servir” que diría la Menegilda en la zarzuela-, se confiesan con nosotros y nos explican qué llevó a armar una venganza y qué consecuencias tuvo el plan, el accidentado y puto plan. No son tres figuras cualquiera, son tres figuras de algún modo grotescas; que parecen sacadas de algo que vaga a medio camino entre un esperpento y un sainete. Tres figuras que, no en vano, tienen nombres de clásicas desdichadas: Marianela, Lucecita –recuerden Luz María, el éxito que en los 90 protagonizase Angie Cepeda- y simplemente María –como aquel mítico personaje que estelarizase en su día Victoria Ruffo-. Los nombres son toda una declaración de intenciones; como lo es el hecho de que estas mujeres –que, efectivamente, parecen sirvientas de otra época- beban los vientos por ese jardinero de nombre Raphael –sí, como el cantante, no en vano “Balada Triste de Trompeta” inunda el espacio como un mantra-, sueño tan húmedo como inalcanzable de las tres. Entre la presión que ejercía sobre ellas la señora –que les daba el trato que toda buena señora propinaría a toda buena criada en cualquier buena telenovela que se precie, ya saben…- y lo irrespirable de una monotonía que no pueden soportar, el esperpento está servido. Máxime si, además, su única opción de un futuro mejor –¿pero es que acaso merecen las sirvientas un futuro mejor?- podría desencadenar un desastre: el desastre que las condena al estropajo eterno en el que se hallan sumidas por los siglos de los siglos.
La dramaturgia de Lucía Trentini toma como punto de partida la anécdota de Las Criadas para crear algo que tiene vida propia; y bebe al mismo tiempo de la comedia negra, de la farsa, del esperpento. El retrato de estas tres mujeres –encerradas, condenadas a repetir y repetirse entre un eterno olor a lejía y asfixiadas ante la lucha imposible por un porvenir que no será- nos mueve del extrañamiento a la risa y de la risa a la opresión. Así, las tres escenas en que se divide la pieza –cada una de ellas en una nueva estancia- hacen avanzar tanto la trama como el código. Oda a la Lejía –primer cuadro- sienta las bases de los códigos y nos recibe entre friegas incesantes y atractivos juegos de percusión con las vajillas y los matamoscas que deben usar para aniquilar a los insectos con los que conviven –la musicalidad de la pieza está tremendamente conseguida, con tan solo vajillas, cubertería y una melódica-. La Desgracia de No Ser Bonita –el segundo cuadro- nos introduce en una suerte de fantasía pop de la que entendemos, en efecto, las escasas expectativas de futuro de estas tres criaturas, explotadas y humilladas pero sin otra salida económica que continuar ahí y cómo se agarran a la fantasía de un improbable concurso de belleza. Por último, Instrucciones para una Muerte Doméstica –el cuadro final, el más poderoso por inesperado- nos despoja de todos los excesos de los anteriores y nos sumerge en la más absoluta tragedia: una zulo blanco y neutro donde pronto correrá la sangre y en el que las protagonistas terminarán de condenarse.
Desde luego que, en apenas 50 minutos, Trentini ha conseguido una mezcla tan explosiva como interesante; porque se vale de unos códigos de farsa esperpéntica para introducirnos, a través de la risa, en un infierno que tiene mucho de denuncia social. Estas tres mujeres –que parecen, de hecho, salidas de telenovelas contemporáneas- son señoras del servicio que sufren la explotación y tienen que bajar la cabeza por un salario miserable, sencillamente porque ese es su única opción en la vida: servir, tragar y soñar con futuros que están a gran distancia… En el fondo, si les quitamos las máscaras esperpénticas que hacen que entremos más fácil en el espectáculo; podríamos decir que Criaturas Domésticas es una tragedia contemporánea leída desde el código de la farsa. Ahí, en esa mezcla está el mayor acierto de Trentini.
Si nunca es fácil actuar a un palmo de los espectadores – como sucede aquí-, mucho menos ha de serlo ahora, en tiempos de enmascaramiento y distancia social. Sin embargo, hay que decir que las tres estancias –tan pintorescas que parecen sacadas de algún film de Álex de la Iglesia- acogen, fomentan el extrañamiento –tan necesario en una obra como esta- y ayudan al público a entrar en el juego y conectar con tan particular propuesta. Todo corre por cuenta de las actrices –los juegos de luz, los accesos al espacio- y, sin embargo, se han conseguido efectos francamente atractivos –la frialdad que se alcanza en la última sala, por ejemplo, nos sitúa de pleno en una atmósfera criminal y crea efectos francamente atractivos-. Además hay otro acierto en la pieza, que es el hecho de distanciarse tangencialmente de la estructura del microteatro para crear un todo que crece en continuidad durante 50 minutos. En distancia mínima, las tres actrices se confiesan directamente a público, sin ignorar nuestra presencia y esto –sumado a los personajes extremos y oscuros que deben enfrentar- podría dificultar el trabajo de Gloria Albalate, Begoña Caparrós y Lucía Trentini. Sin embargo, las tres actrices se entregan al exceso sin red sabiendo que en ese exceso – que favorece muchas veces el extrañamiento, fundamental en la función- está la clave del éxito, tanto en la recreación de estos tres seres esperpénticos como del recuerdo de esa señora que no se queda atrás. No temen mirar a los ojos y tomarse en serio los códigos de esperpento en los que muchas veces cae el material: porque esa es la única manera de que las cosas funcionen como lo hacen. Ya conocíamos por anteriores trabajos la solvencia de las tres actrices; pero verlas entregadas a un proyecto tan particular como este dice mucho no ya de su generosidad interpretativa, sino también de su calidad. Ahora sabemos también que las tres se miden cómodas en las distancias cortas.
Desde luego que Criaturas Domésticas ha escrito por derecho propio una página en la historia de la nueva normalidad del teatro madrileño. Porque sus intérpretes fueron pioneras en un momento de sequía, porque hicieron de la necesidad virtud y porque consiguieron ir más allá de la anécdota para ofrecer una experiencia atractiva, distinta, con ideas y personalidad. Es la forma más clara de demostrar que el teatro en tiempos de pandemia es posible; e incluso que otro teatro es posible. Todo en Criaturas Domésticas atrapa: desde la clandestinidad del espacio hasta el atractivo extrañamiento que producen los códigos. Es, desde luego, una experiencia particular, por la que todo buen aficionado al teatro debería pasar: más aún en estos tiempos que corren. Enhorabuena a Trentini, Albalate y Caparrós por seguir invitándonos a soñar en estos tiempos de pesadilla. Acabaron funciones en julio… de algún modo deberían regresar. Lo merecen.
H. A.
Nota: 4/5
“Criaturas Domésticas”, dramaturgia de escena de Lucía Trentini a partir de Las Criadas de Jean Genet. Con: Gloria Albalate, Begoña Caparrós y Lucía Trentini. Dirección: Lucía Trentini.
Hostel Bastardo (Madrid), 29 de julio de 2020