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‘El Tratamiento’, o la película de nuestras vidas

marzo 31, 2018

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Llega a la cartelera de El Pavón Teatro Kamikaze El Tratamiento, la última función de Pablo Remón – que ya se ha hecho un hueco en nuestro teatro gracias a títulos como La Abducción de Luis Guzmán, 40 Años de Paz o Barbados, etcétera-. En esta ocasión, Remón nos presenta una comedia dramática centrada en los entresijos del mundo del cine; que tiene el valor de partir de una historia tan crítica y ácida como desternillante –porque no deja títere con cabeza- para llegar – como quien no quiere la cosa- a la hondura del terreno de lo personal. Y es que Remón, desde la hilaridad, avanza de pronto hasta enseñarnos la cara más humana de unos personajes aparentemente neuróticos en una función que –además de hablar de la cara más oscura del cine- nos habla del amor en sus muchas vertientes; e incluso de la creación como única forma posible para cerrar cuentas pendientes. Una función poliédrica por la pluralidad temática y estructural que encierra; seguramente el texto más redondo y sincero de Remón hasta la fecha y una de las citas imprescindibles de la cartelera actual. Podrían dejar de leer esta reseña en este mismo punto y correr a comprar ya sus entradas para no perderse una de las funciones del año.

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Un tratamiento es un paso previo a un guion de cine en el que, a modo de escaleta, se detallan los acontecimientos que ocurrirán en cada escena para intentar vender la idea a una productora antes de la redacción del guion. En El Tratamiento seguimos la peripecia de Martín, un joven guionista que, después de haber escrito más de 100 episodios de una serie de enfermeras, malvive dando clases y escribiendo anuncios publicitarios para televisión mientras lucha por sacar adelante su primer largometraje: una filme sobre la Guerra Civil basada en una historia que le contaba su abuelo. Tras muchos años intentando sacar la película adelante, por fin da con Álex Casamor, un excéntrico director de cine cuyo último éxito en Hollywood fue Posesión en Utah – una trama delirante que toma guiños de una obra anterior de Remón, La Abducción de Luis Guzmán-, Parece que Martín podrá cumplir por fin su sueño y, junto a la no menos excéntrica productora Adriana Vergara, sacar adelante su película… Pero la idea que productora y director tienen de lo que será un taquillazo seguro se estampa con la realidad del guion de Martín, al que proponen algunas pequeñas modificaciones que podrían desvirtuar la idea original; aunque, según ellos, es la clave para que la película triunfe. ¿Qué es más importante para Martín? ¿Triunfar con una película que se aleja de su tratamiento cada vez más y más o defender levantar la cinta que siempre soñó? Será uno de los grandes temas de una función que, a su vez, también profundiza en la vida de Martín desde su nacimiento hasta la actualidad –sus circunstancias vitales, familiares, amorosas…- para que el espectador pueda comprender la importancia real que esa película puede llegar a tener para el desesperado guionista, al borde de un ataque de nervios y rodeado de una manga de tarados dispuestos a hacer con él lo que quieren. Y es que entre sesiones de psicólogo y luchas por sacar la película adelante, puede que Martín comprenda que la vida es otra cosa; algo que se le escapa entre los dedos sin poder evitarlo.

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Pablo Remón trenza una historia que, en primera instancia, resulta hilarante por dar una panorámica corrosiva de las luchas de poder que se pueden establecer en el mundo del cine. Con diálogos punzantes, rápidos, por momentos absurdos y por momentos hirientes personifica a toda la pléyade cinematográfica casi como si de una gran farsa se tratase. No queda nada por aparecer: desde el alumno aventajado que termina aportando ideas a la productora hasta el excéntrico director empeñado en añadir alienígenas a la historia de Martín, y la idea de que el propio Franco estuviese al corriente de la existencia de alienígenas en la meseta… o incluso esa presentadora de programa cinematográfico en el que todos hablan menos el guionista todos pululan alrededor de nuestro protagonista como un pelele manejable que no sabe cómo el asunto se le puede estar yendo tanto de las manos….. Lo primero que fascina de la función es el fiel retrato de ese mundo que nos regala Remón, encadenando personajes a cual más neurótico; en una trama que coquetea a menudo con el absurdo. Aunque sólo fuera por eso, Remón ya habría escrito una gran comedia –de esas pocas comedias en las que el público celebra con aplausos y risotadas a mansalva cada gag- cargada de mordaz ironía y con mucha más realidad de la que el delirante universo que ha creado Remón podría sugerir a primera vista.

Más allá de lo bien dialogada que está, lo ocurrente que resulta y la cantidad de momentos memorables que encierra –desde el proceso por el que la productora y el director convencen a Martín de que esos cambios sin pies ni cabeza son lo mejor que le puede pasar a su guion hasta algunas escenas del rodaje-, lo mejor de esta obra seguramente esté en la hondura que ha sabido alcanzar Remón al sumergirse en la vida personal del protagonista, a través de voces que actúan alternativamente como narradores omniscientes capaces de bucear en el pasado y el presente de Martín. Es así cómo conocemos los conflictos del protagonista con su familia –hay un hermano muerto en un accidente en una atracción de feria, unos padres que nunca le apoyaron en su periplo como guionista…- o con su vida personal – desde una obsesión que arrastra desde niño con los muertos del Titianic hasta su etapa como estudiante de cine, donde conoce a Cloe, puede que su primer gran amor, con el que por supuesto se reencontrará más adelante-: a través de estos narradores omniscientes, la vida de Martín está vista con una sinceridad apabullante, que nunca elude ni la ironía ni la autocrítica; como si el protagonista –desde las voces de los otros- se interrogase por qué a veces se equivoca cuando hace lo que hace. En una estructura verdaderamente audaz, Remón consigue aunar voces, tempos y ritmos para ir del presente al pasado y alternar la génesis de la película con los recuerdos que han marcado la vida de Martín. Recuerdos que, por supuesto, tienen un peso en el por qué de la película que Martín quiere levantar –si es que le dejan-. A través de una estructura audaz, Remón ha obrado el milagro: su comedia inicial no es más que un caramelo envenenado con mucha profundidad; una historia que toca asuntos como la importancia de aprovechar el momento, de decir las cosas a tiempo y de aprender a cerrar puertas. Porque, como dice uno de los personajes en un instante de la trama “La vida es un momentito (…) Las cosas se van y no puedes retenerlas”, frase que se convierte en un mantra que podría resumir muchas de las intenciones de a dónde va la función. Porque El Tratamiento se ocupa, después de todo, de la vida, de los sinsabores de la existencia; y, por tanto de cosas con las que todos y cada uno de nosotros vamos a poder identificarnos: es ahí, en el saber equilibrar el delirio de la ficción con la hondura de lo personal, donde está la gran clave que hace de El Tratamiento la gran función que es. Entramos en ella a través de la risa; pero pronto nos damos cuenta de que esconde – o, mejor dicho, muestra, porque no esconde nada- mucho más. Y es que a través de su película, Martín deberá encarar aspectos no resueltos de su propia vida, casi en un ejercicio de cine como catarsis de necesidad vital.

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Rara vez se encuentra uno con una función de tanto calado, tan bien escrita y capaz de tener una profundidad casi insospechada al comienzo. Remón nunca se aparta de la comedia –ni de esos personajes delirantes marca de la casa; que acaso aquí nos resulten más humanos y cercanos que en otras obras suyas- para crear una estructura narrativa en un primer momento fragmentaria; pero en la que cada pieza acaba teniendo un peso especifico para armar una gran historia capaz de pasar de la hilaridad al nudo en la garganta en cuestión de segundos. Es valiente Pablo Remón al escribir este texto tan lleno de audacia; porque se atreve a jugar con los géneros, e incluso se atreve a romper algunos momentos de gran calado sentimental con una vuelta a la comedia que nos recuerde que esto es lo que es a fin de cuentas: una comedia dramática – y por tanto a veces muy dolorosa-. Recuerdo pocas –muy pocas- funciones capaces de pellizcarme el corazón como lo ha hecho esta después de mantenerme tronchado de risa; y, lo que es más difícil, pocas veces el nudo en la garganta se deshace casi en una carcajada tan inmediata como culpable… El Tratamiento lo tiene todo: hay ritmo, inteligencia, riesgo estructural y perfecto equilibrio en el que caben escenas de un absurdo descacharrante – el director y la productora son personajazos de museo del horror- y escenas de una intimidad y verdad apabullantes – la conversación de Cloe y Martín en el balneario justificaría por sí sola toda la representación, y el desenlace es también un buen pellizco-. Es una obra sobre el cine que tiene el acierto de trascender la esfera del cine para inundar la esfera de lo vital; y, por lo tanto, podemos pensar que nos toca un poco a todos. También es una de las comedias más ágiles, divertidas e inteligentes que se hayan visto en los últimos tiempos, y un paso de gigante en la producción de Pablo Remón como autor.

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El propio autor firma una puesta en escena mucho más compleja que las de sus funciones anteriores, consistente en una gran caja en la que aguardan los actores, llena de toda una serie de utensilios que van saliendo a escena y desapareciendo progresivamente; de forma que el escenario –lleno de objetos al comienzo- acaba desierto al final. Dado que gran parte de la representación entronca directamente con el universo del recuerdo y la memoria, es una idea audaz – gran trabajo de Mónica Boromello- que sirve además para transitar con rapidez todos los tiempos y espacios en que transcurre la obra. Hay además momentos de gran belleza plástica en las no pocas transiciones que requiere el montaje, todas ellas dibujadas con gran sutileza y sentido del ritmo. Muy bien ideadas las luces de David Benito.

El reparto está en estado de gracia, en una función difícil que obliga a navegar constantemente entre el absurdo y la emoción. Francesco Carril es Martín, y clava a ese pobre hombre que, en busca de un sueño, acaba siendo incapaz de impedir que todos se le suban encima: hay un patetismo muy marcado en su interpretación, que – dentro de la comedia que es- humaniza de forma muy inteligente a un personaje que lucha por sus ideales pero acaba superado por las circunstancias, sin otra cosa que poder hacer que dejarse arrastrar. Hay además momentos de marcado carácter poético, como el que Carril protagoniza en el balneario junto a una esplendorosa Bárbara Lennie que, como Cloe, nos regala un momento mágico: un diálogo cargado de verdad, de esos momentos de gran, grandísimo teatro; sorprende además encontrar a Lennie desdoblada como la alocada productora de la película, en uno de los pocos papeles cómicos que ha abordado la actriz, permitiendo que la veamos como pez en el agua también en estas lides. Ana Alonso, Emilio Tomé y Francisco Reyes se reparten un sinfín de personajes episódicos que se llevan, con frecuencia, gran parte de los momentos más tronchantes de la función. No hay nada que baje el nivel siquiera remotamente, y los tres saben colocar y cincelar a la perfección cada personaje, sin miedo a jugar con ñas parodias hasta el extremo: hay que ser muy buenos para eso. Podemos decir que Tomé está enorme como el alumno aventajado de Martín en la clase de guion, que defiende sus ideas casi con furor mesiánico y maneja igual de bien un personaje de mayor calado dramático en el desenlace. Reyes, por su parte, se sube al carro del delirio como el director empeñado en hacer la película que a él le dé la gana; pero también tiene un momento tronchante como un taxista que parece salido de un sainete y nos recupera para la carcajada salvaje en un momento en el que las cosas se han puesto feas. En cuanto a Alonso, encuentra sus mejores momentos en la telepromoción y personificando a esa presentadora de programa televisivo que tiene – como tantos otros personajes en esta historia- una referencia inmediata muy clara. Pero lo cierto es que rara vez se encuentra un equipo tan cohesionado levantando una función tan difícil por la pluralidad de géneros que obliga a tocar.

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A riesgo de repetirme, debo insistir en una idea: El Tratamiento es una de las funciones más redondas de la cartelera ahora mismo. Un texto complejísimo, que va del cine a lo personal y de la comedia al drama en un viaje que es una verdadera sacudida para el espectador, en un montaje con pulso cinematográfico con unos actores en estado de gracia. Sucede pocas veces pasar de la carcajada a la reflexión vital más profunda sin abandonar nunca la sonrisa: El Tratamiento es una de esas veces. La obra que confirma definitivamente a Remón como un dramaturgo a seguir; y una de esas funciones que nadie debería perderse. Como piensa Martín hacia el final de la representación: “Esto era”. Pues eso: procuren no perdérsela.

H. A.

Nota: 4.5 / 5

El Tratamiento”, de Pablo Remón. Con: Francesco Carril, Bárbara Lennie, Francisco Reyes, Emilio Tomé y Ana Alonso. Dirección: Pablo Remón. LA ABDUCCIÓN / BUXMAN PRODUCCIONES.

El Pavón Teatro Kamikaze, 18 de Marzo de 2018

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