‘Blanca Desvelada’, o capaz de todo
“¡…porque sigo ‘enfadá’ con ella. Porque yo… pues siempre estoy ‘efadá’…” (Blanca Desvelada).
Después de causar verdadera sensación en Cataluña, recala en Madrid Blanca Desvelada; un curioso monólogo polifónico escrito e interpretado por Alejandra Jiménez Cascón que explora los mundos de la memoria -la histórica, sí; pero también la individual- a través de una complejísima historia en la que una única actriz da vida a unos quince personajes sin otra herramienta que sus capacidades actorales: un ejercicio de virtuosismo actoral de esos que rara vez se ven sobre un escenario; y que convierte todo lo que no sea el trabajo de la actriz -que es tanto, tan importante y tan intenso…- en una anécota al servicio del espectáculo. Y no es un reproche, sino un elogio: porque ¿qué hay más agradecido en teatro que el trabajo actoral?
Dos historias entrelazadas. Por una parte, Carmen, una presa política de la Guerra Civil, da a luz a una niña en la cárcel apenas unos días antes de morir fusilada; por otra, Blanca, en la actualidad, se gana la vida haciendo monólogos cómicos en baretos de mala muerte… y no puede dormir porque tiene pesadillas con la historia de Carmen: cada noche sueña su parto, su fusilamiento y su estancia en la cárcel… y necesita entender quién es esa mujer y por qué sueña con ella. Este punto de partida nos permite conocer tanto las últimas horas de Carmen en la cárcel; como el día a día de Blanca, que lucha por mantener una vida digna a la vez que se esfuerza por encontrar el equilibrio que le permita sostener tanto una vida de pareja que se le escapa entre los dedos como un conflicto con su madre que ha quedado en el aire años atrás y que pesa como una losa… Pero ante todo ¿qué relación tienen los dos personajes realmente? ¿por qué sueña Blanca con Carmen cada noche? ¿cómo puede entender quién es esa mujer? ¿cómo gestionar esa necesidad de saber y aprender a convivir con ella? ¿dónde está la respuesta que busca?
A través de Blanca Desvelada podríamos suponer que Alejandra Jiménez Cascón está contando una narración sobre memoria histórica a través de Carmen -la presa-; pero hay algo en su historia que va más allá: porque Jiménez Cascón consigue adentrarnos en la miseria humana de un personaje cotidiano como es Blanca, a través de la conexión de ambas historias: una superviviente actual que intenta tirar para delante plantando cara a una vida que no sabe ni por dónde empezar a reordenar. Así pues, en Blanca Desvelada hay, podríamos decir, dos historias en una: una sobre Guerra Civil -que no huye de ciertos tópicos-, y otra sobre la búsqueda de la dignidad de una mujer moderna que necesita respuestas no sólo a lo desconocido, sino a la incógnita de su desordenada vida misma; a fin de cuentas es esta la que acaba resultando más interesante, porque explora las dificultades de Blanca no solo para entender sino también para relacionarse con distintos parámetros de su entorno, e incluso consigo misma. Se agradece que la historia pronto ponga el presente como centro narrativo y plantee un conflicto personal amplio pero más original que lo que podría haber sido algo ya visto; que, sin embargo tiene el acierto de no juzgar los hechos de la Guerra Civil a la ligera. Para narrar estas dos historias, Jiménez Cascón se vale de aproximadamente quince personajes de diferentes sexos, nacionalidades y estamentos sociales; que van desfilando por el escenario encarnados en su cuerpo y alma, como si de una medium se tratase.
La estructura del texto de Jiménez Cascón -fragmentaria y que transita por dos tiempos y varias ciudades- podría ser la de una compleja función de más de una docena de personajes. Sin embargo, la gran baza de la propuesta es el hecho de que la actriz -sin otro recurso que ella misma- se entrega a servirnos la narración desde el gesto, desde la voz y desde el trabajo físico completamente sola. Es cierto que la historia empieza pareciendo un festival de lugares comunes sobre la Guerra Civil; pero pronto vemos que no es eso lo que Jiménez Cascón quiere contarnos, porque enseguida focaliza en la historia del presente -la de Blanca- que nos muestra un conflicto personal y emocional mucho más mundano que acaba imponiéndose con más fuerza que la historia del pasado y acaba por interesarnos más; porque nuestra Blanca está traumatizada por varios puntos que acaban confluyendo en uno solo que en principio desconoce. También es cierto que todo el texto parece escrito a mayor gloria de que Jiménez Cascón pueda mostrar todas su capacidades actorales -que son muchas-: para ello, la trama se va complicando progresivamente -a veces de forma excesiva-, provocando la aparición de más y más personajes que demuestren todo lo que la actriz es capaz de hacer; culminando en un inesperado desenlace de corte poético -si miran fechas ya se habrán dado cuenta de que es imposible que Blanca sea la hija de Carmen, así que no vamos a considerar este dato un spoiler…-, que podría remarcar la importancia de un karma que existe y que no olvida ni perdona, como si estuviésemos predispuestos por ese karma a convivir con el recuerdo. Creo, en cualquier caso, que la trama está por debajo del trabajo de la actriz y que por momentos cae en excusas para permitir dicho lucimiento… pero, claro, el nivel de lucimiento actoral es de palabras verdaderamente mayores. Y es ahí, en el trabajo de la actriz, donde este montaje encuentra su razón de ser.
La escenografía se reduce a un cubo en el que Jiménez Cascón se encuentra recluida, acotando el espacio; y una pequeña mesa móvil que da mucho juego en según qué situaciones, y la iluminación, con momentos muy bien planteados, se basta para subrayar algunos saltos temporales. La puesta en escena que firma Montse Bonet ha decidido muy acertadamente no invadir en absoluto un trabajo que lanza a la actriz a un viaje emocional de intensidad extenuante, y cargar todo el peso del espectáculo sobre su talento. Imaginar las horas de trabajo de dirección de actriz que deben haberse necesitado para levantar este espectáculo da una idea de que el trabajo de dirección habrá ido mucho -pero mucho- más allá que un mero quedarse (ad)mirando.
Puede que quienes hayan visto Lorca eran Todos -¡ay, me la perdí!- ya tengan fichada a Alejandra Jiménez Cascón; pero si no es el caso prepárense para una tremenda sorpresa… Alejandra Jiménez Cascón -que además ha escrito la propuesta- realiza todo el resto: un trabajo actoral agotador, extenuante, frenético; que muestra los mil y un recursos de la actriz andaluza -que lo mismo hace de madrileña que de catalana que de cubana, que de niña, que de joven que de anciana…-, en lo que es sobre todo una propuesta de actriz; un trabajo de esos que haría desear contar con ella en cualquier propuesta. Sólo por su capacidad actoral a prueba de bombas -actoralmente hablando es uno de los mejores unipersonales que haya visto en bastante tiempo- merece la pena asistir a ver esta función que se convierte en un verdadero recital interpretativo. El juego que ofrece Jiménez Cascón pone en primer plano el término ‘teatralidad’; porque ofrece constantes soluciones físicas y gestuales -en este aspecto el trabajo es durísimo- que demuestran las mil posibilidades con las que una actriz puede llenar todo lo que no está y todo lo que falta. Se han visto muchos monólogos polifónicos; pero pocos que exijan de la intérprete un trabajo actoral tan intenso, tan sincero y tan extenuante. Nuestra intérprete es un todoterreno interpretativo; una de esas actrices capaces de afrontar cualquier cosa desde una propuesta despojada de artificio, sin otro elemento que la actriz que llena de sentido el espacio. Sus capacidades expresivas y comunicativas son tremendamente poderosas, dotando de composición física y psicológica a cada uno de los más de doce personajes que interpreta; como lo es su capacidad de entrega en este ejercicio interpretativo -en mi función, con un resfriado perfectamente incorporado a su tour de force-. Aquí hay una actriz que se deja la vida en sorprendernos durante 75 minutos en lo que apenas un par de voces pregrabadas le dan unos segundos de descanso… Un recital actoral de esos que rara vez se ven, que hacen que entendamos dónde reside el poder del teatro. Porque este mismo texto, insisto, podría haberse montado con un nutridísimo elenco; y hubiese perdido toda sumagia: porque la magia reside justamente en admirar el trabajazo que se marca la intérprete.
La sala -no muy llena, y es una pena- aplaude en pie este espectacular trabajo actoral que hay que ver para entender todo lo que es capaz de hacer una única persona; y que pone de manifiesto -lo digo de nuevo porque me parece fundamental- el concepto de ‘teatralidad’ desde su significado más puro y primario. Un tipo de teatro desnudo que es a la vez un teatro lleno; un teatro abierto a la magia de la sorpresa y que muestra un sinfín de posibilidades. Insisto en que creo que el texto acaba resultando al servicio de la mayor gloria de la actriz; pero visto todo lo que logra hasta lo puedo llegar a comprender. En Blanca Desvelada los amantes del teatro de actor tienen una propuesta indispensable que es, sin duda, una notable experiencia para saber hasta dónde puede llegar el teatro desde su esencia más sencilla y más primaria; y para admirar el talento innegable de Alejandra Jiménez Cascón. Si además la historia se enmarañase un poquito menos, podríamos estar hablando de algo memorable; que es sin embargo en un ejercicio actoral francamente sobresaliente que nadie que guste del teatro debería dejar de ver.
H. A.
Nota: 4/5
“Blanca Desvelada”, de Alejandra Jiménez Cascón. Con: Alejandra Jiménez Cascón. Dirección: Montse Bonet. ALETEO COMPAÑÍA
Teatro Fernán Gómez (Sala Jardiel Poncela), 23 de Octubre de 2016